13 niños

Decía el canciller alemán Bizmarck que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”.

Las Farc llevan 50 años mintiéndole a Colombia y al mundo. Han trazado una estrategia diplomática en la que –hay que aceptarlo tuvieron un éxito relativo- le vendieron a algunas democracias europeas el cuento de que ellos son unos campesinos oprimidos que se vieron forzados a levantarse en armas para buscar unos espacios democráticos que la “oligarquía” se resiste a ceder.

Lo cierto es que se trata de una organización criminal que se ha dedicado, desde su séptima conferencia de 1982, al narcotráfico, el secuestro, el reclutamiento de menores y la extorsión, entre muchos otros delitos. Por supuesto que ellos no son un pueblo en armas. Son una banda criminal que somete al pueblo con sus armas, lo cual difiere dramáticamente de la naturaleza que ellos dicen tener.

Frente a la verdad incontrastable respecto de su dedicación exclusiva al tráfico de drogas ilícitas, han dicho que no que ellos simplemente fijan un impuesto a los productores de cocaína. Cuando se les señala por los secuestros que han cometido, responden que lo suyo es el cobro coactivo de un impuesto a la riqueza que deben pagar, según su propia ley 002, todos aquellos que tengan un patrimonio igual o superior al millón de dólares.

Su guerra la han erigido sobre un entramado de mentiras.

Ahora, que dicen estar hablando de paz, han pretendido seguir por el mismo camino. Es imposible hacer una paz a base de mentiras. Al margen de las consecuencias jurídicas, el primer requisito para que haya reconciliación y garantía de no repetición es que se nos diga la verdad. Sin un milímetro de más, pero sin un milímetro de menos.

Esta semana, los máximos jefes del terrorismo de las Farc fueron convertidos en panelistas de “Hora 20”, sin lugar a dudas uno de los programas de análisis más oídos en la radio colombiana.

Quienes escuchamos el debate, esperábamos que las Farc tuvieran un gesto mínimo de sinceridad. Imaginamos equivocadamente que la guerrilla se mostraría arrepentida de los delitos que han cometido, requisito fundamentalísimo para lograr –algún día- el perdón del pueblo colombiano.

Y no fue así. Iván Márquez, Joaquín Gómez y Pablo Catatumbo dieron una inaceptable muestra de cinismo. Los crímenes que no negaron, los matizaron de tal manera que por poco y salimos a deberles por los “favores recibidos”.
Respecto de los campos de concentración en los que durante años tuvieron encerrados a los secuestrados, dijeron con toda desfachatez que quienes estaban confinados en aquellos sitios vivían divinamente, con tranquilidad y capacidad de movilidad.

Frente al crimen cometido por ellos, que de lejos es el más indignante de todo, el reclutamiento forzado de menores, Iván Márquez aseguró que las Farc solamente tienen a 13 menores de 15 años en sus filas y que todos ellos están allá porque han buscado refugio y protección en las Farc.

Si nos guiamos por sus palabras, las Farc no son la organización terrorista así calificada por la Unión Europea y los Estados Unidos, sino una guardería sin ánimo de lucro, dedicada a proteger a niños extraviados en las selvas de nuestra patria.

Ese tipo de muestras de cinismo, de frases desafiantes que hieren en lo más profundo al pueblo colombiano se constituyen en una bofetada a las víctimas y profundizan la desconfianza de millones de colombianos que no creemos en la voluntad de paz de la guerrilla.

Yo no sé si al final terminarán impunes y con todos sus derechos políticos vigentes, pero al menos el presidente Santos debería ser inflexible a la hora de exigir que sus contertulios de La Habana tengan la gallardía de contar la verdad de los hechos y de mostrar un mínimo de arrepentimiento. Lo contrario será una afrenta a las víctimas.

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