Ausencia de la razón democrática

La novedosa corriente del socialismo siglo XXI, es decir,  “el bolivarismo como envoltura y el leninismo como estructura” de poder, es lo que está conduciendo a nuestros países a la supresión del pensamiento y la praxis de la democracia.

Los caminos de la política latinoamericana son oscuros, cuando más endebles. Como un polluelo inesperado, en el nido de las democracias nació primero el “nuevo bolivarismo”, una tendencia que pretendió rescatar la imagen (poco el contenido) del Libertador Don Simón Bolívar para efectos de la lucha por el poder. La primera organización que asumió esta orientación (aunque mortifique a los chavistas venezolanos) fue el M19 que, para comienzos de la década del 70, robó la espada de Bolívar de la Quinta o casona museo del Libertador, en Bogotá, como instrumento reivindicatorio de su programa insurreccional o armado. Las Farc no se quedaron atrás, solo que llegaron muy tarde a la utilización oportunista del pensamiento y de la imagen de Bolívar. Pero crearon el Movimiento Bolivariano para zafarse del remascado marxismo leninismo que era incomprensible para las masas campesinas, como le ocurrió a Ernesto Che Guevara en las montañas de Bolivia, cuando quiso crear uno o varios Vietnam en aymará y quechua, un experimento idealista, desligado de la realidad indígena, que le costó la vida. Guevara creía en su inmensa egolatría, que bajaría de los Andes, como Bolívar desde el páramo de Pisba, a “liberar de la oligarquía y del imperialismo” a los pueblos de América Latina.

Las condiciones para el “bolivarismo marxista” maduraron con el tiempo, ya que las democracias latinoamericanas sufrieron de fracturas muy significativas en manos de los militares golpistas que desde Perón, Batista, Somoza,  Pérez Jiménez, Velasco Alvarado, las juntas militares en la Argentina, Pinochet y otros, dejaron una impronta dictatorial y de autoritarismo que unió, sin pretenderlo, a los demócratas con los ultras estalinistas. La condición de víctimas puso a unos y otros en el mismo estadio, pero los comunistas, con disciplina y tesón, validados y apoyados durante muchos años de “guerra fría” por la Internacional desde Moscú, el hermano mayor, ganaron terreno. Hasta la misma Iglesia Católica, Apostólica y Romana resultó declarándose marxóloga en su rama de la teología de la liberación. El contagio ideológico de los demócratas fue y  es endémico. Es lo que ocurre al Partido Liberal colombiano que desde hace varias décadas repta en la confusión y en las alianzas con la extrema izquierda, inclusive hasta tenerla en su propio seno, chantajeado para no ser clasificado de “reaccionario” y gozar de “progresista”. De ahí que se hayan acabado los pensadores, los profesores, los maestros, los ideólogos demócratas, racionalistas, ilustrados, laicistas e independientes.

 Abdicar de los valores y principios de la democracia en las etapas o momentos en que sus contradictores asumen la dialéctica de las armas es la frontera rota que nos conduce a lo que le sucede hoy al Jefe del Estado en Colombia cuando marcha públicamente en las filas del “movimiento de masas” de la guerrilla, sin que esta haya firmado un pacto de paz, sin hacer dejación de las armas y sin desmovilización. Una cosa es tolerar al contrario en democracia. Y otra la tolerancia con los armados intolerantes.

La novedosa corriente del socialismo siglo XXI, es decir,  “el bolivarismo como envoltura y el leninismo como estructura” de poder, es lo que está conduciendo a nuestros países a la supresión del pensamiento y la praxis de la democracia. El sindicato de “socialistas tipo siglo XXI” que ejerce su poder en el ALBA o en UNASUR, o desde la tribuna del Foro de Sao Paulo, han superado intelectual y políticamente a los gobernantes y cancilleres presuntamente demócratas. No es necesaria la presencia de Hugo Chávez porque la debilidad ideológica de sus homólogos es el resultado de una larga contaminación en unos y de la claudicación en otros. En el caso de Colombia, ambas.

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