Bombas y relojes

Ojalá las Farc entiendan que, aun sin bombas, los relojes en La Habana están a punto de agotarse.

La suspensión de los bombardeos a los campamentos de las Farc supone, en la práctica, mucho del cese bilateral en las condiciones exigidas por la guerrilla. Y aunque el desescalamiento en estos términos puede, aun así, ser un paso positivo para avanzar hacia un acuerdo, también es una decisión plagada de riesgos.

El asunto más problemático es que le quita el principal disuasivo a la tendencia innata de las Farc a alargar cualquier discusión. Si algo obliga a las Farc a considerar que no son los dueños de los relojes de La Habana son las bombas. Sin las bombas los guerrilleros rasos y sus mandos que hacen la guerra en el terreno van a sentirse aliviados de la mayor presión que tienen para desear que la paz se firme de una vez por todas.

Además, así la reducción de la violencia como producto del desescalamiento pueda conducir a un mayor respaldo de la ciudadanía al proceso, hay que considerar que en las nuevas condiciones las Farc no están obligadas a suspender otra serie de acciones igual de efectivas, o más, que las emboscadas y los atentados. La extorsión, el reclutamiento, el tráfico de armas y de drogas, el ejercicio de la política y la propaganda, aunque no son acciones de guerra, constituyen estrategias muy efectivas para fortalecer su posición militar. Sin los bombardeos se facilita mucho su ejecución, porque se limita en extremo la capacidad contrainsurgente del Estado.

Es de suponer, entonces, que el Gobierno y su equipo negociador confían en que la suspensión de los bombardeos es, a corto plazo, un preámbulo de avances sustantivos en la negociación, de modo que en noviembre, al evaluar el estado del proceso, sea posible empezar ya la discusión sobre los términos para una concentración y dejación de armas por la guerrilla.

De no ser así, el Gobierno no solo está cayendo en una nueva trampa puesta por las Farc, sino que la situación estaría presta para que cualquier chispa encienda la pradera de desconfianza que ya recae sobre la guerrilla. Luego de cuatro o cinco meses será muy difícil que en cualquier momento alguna eventualidad, como el asesinato de unos soldados, el decomiso de un cargamento de armas o de drogas, una manifestación que se salga de control o la amenaza a la clase política en las regiones, no lleve al Gobierno a tomar una decisión radical.

Ojalá las Farc entiendan que, aun sin bombas, los relojes en La Habana están a punto de agotarse.

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