De salud mental y postconflcito

La astucia es el recurso preferido de los psicópatas para negociar y satisfacer sus intereses, por lo que siendo política la intención editorial de El Tiempo sobre “Salud mental, falta grave” (abril 4/15) nos referiremos a la omisión sobre la prevalente astucia de las Farc y otros sectores sociales en el proceso de negociación como un problema de salud mental presente y en el postconflicto.

Se refiere la editorial a la falta de profesionales en la psiquiatría, la precaria atención a los enfermos por parte de las EPS a pesar de la Ley 1616 del 2013, la preeminencia de la depresión, ansiedad y adicciones aceptadas como ‘lo normal’ dentro de la cotidianidad y la prevención, materia ausente en el proceso educativo, terminando con el bendito postconflicto que parece ser el coco de las tragedias no vividas, cuando dice: “El país reclama con urgencia una política de Estado en salud mental, definida en términos de integralidad, con metas, responsables, indicadores y recursos claros. Todos los estamentos oficiales y sociales deben confluir, no solo en su elaboración, sino en su desarrollo, sobre todo de cara al posconflicto.”

Una de las frases claves de la editorial diagnostica sobre el tema: “Educación va por un lado, si es que va, en este campo; salud, por otro; Bienestar Familiar flaquea y las políticas y objetivos colectivos brillan por su ausencia.” Si sintetizáramos el cuadro diríamos que los psiquiatras se ocupan del tema, como médicos, para lo que se necesita una solución educativa en el ámbito personal y social que es asunto de sicólogos y sociólogos. Además, en la cultura de la gente educada que supuestamente lidera a la sociedad a través de las diferentes profesiones y estructuras hay una total ceguera para detectar los psicópatas y sociópatas camuflados en el poder socio económico y las estructuras de influencia política, legal o ilegal, además de los que son declarados como inocuos, a pesar de sus conductas criminales. Por lo que si hablamos de postconflicto en ese escenario en donde las conductas antisociales, el miedo permanente, la falta de empatía y culpa, el egocentrismo, la manipulación, la irresponsabilidad, impulsividad y múltiples conductas antisociales se afrontan con un inocente llamado a la ’tolerancia, ’ o ‘perdonémonos todos,’ nos damos cuenta que no sabemos de qué se trata la esencia problemática del famoso postconflicto, pues nos hemos centrado en las Farc, como delincuentes políticos, ignorando las características de las conductas psicopáticas o sociopáticas arriba descritas que son la esencia del conflicto social colombiano.

Además, causa desazón el que creamos estar negociando con guerrilleros de izquierda, desde la política y las leyes, cuando en realidad son psicópatas sobre cuya verdadera naturaleza hay un manto de silencio, sólo disgustos cuando no aceptan responsabilidad sobre las víctimas, niegan sus actos atroces; admiten ‘errores’, pero no los afrontan al tener que pagar cárcel; admiran y descalifican según convenga; acuerdan desminar, pero siguen sembrando minas en la selva, etc. Quizá sea necesario, para mayor claridad de lo afirmado, el ver cómo la psiquiatría los describe y cómo, peligrosamente, los puede justificar una ideología.

1) Rigidez de la personalidad, que implica incapacidad de reflexión acerca de los conflictos propios; inflexibilidad, ver en los demás los propios defectos. De manera invariable las Farc ven como crimen la actuación legítima y defensiva del Estado, porque la ideología de la lucha de clases esconde la psicopatía de sus actos.

2) Insensibilidad frente al dolor de la otra persona, la que es tratada como una “cosa” en pos de los propios deseos o teorías. Basándose entonces en la justificación delirante de una lucha social, la simple y llana enfermedad mental se convierte en una ‘motivación altruista’ porque los asesinatos se llaman “actos cometidos en combate por rebeldes”. En esa estúpida confusión paranoide como escenario político, Lina de Uribe, desde un raciocinio filosófico, le preguntó a Carlos Gaviria Díaz, si asesinar a Álvaro Uribe Vélez sería un ‘crimen altruista.’ Silencio del magistrado.

3) Utilización de los sentimientos de los demás en beneficio propio; “causar miedo” a los demás en la búsqueda de un interés personal. La ‘motivación’ para la paz inicialmente la vendió Santos como ‘parar un baño de sangre.’
4) Tendencia a generar en los demás actuaciones en lugar de llevarlas a cabo personalmente y asumir las responsabilidades. El Secretariado ‘ordena’ todas las barbaridades imaginables, y después los frentes asumen las consecuencias de los bombardeos.

5) Ubicarse en lugares en los que lo familiar y lo no familiar se mezclan; “abuso de confianza”, en el primer caso, o lo contrario. La familiaridad de las relaciones con los negociadores, la ‘garantía diplomática’ de la que están investidos, llevan a las Farc a enredar la pita cada vez que se les da la gana. “Ninguneo” (desconocimiento de quienes les son familiares). Esa es la actitud con las víctimas.

6) Finalmente el sentimiento de ser espiado, perseguido, investigado, mirado, etc., como parte de la enfermedad que no se ha reconocido, crea ante sí la justificación perfecta para que las legítimas acciones de espionaje del estado, frente a la amenaza de la seguridad nacional, o las persecuciones imaginadas por una conciencia culpable, conviertan las dificultades normales de un proceso de negociación en una cultura de sospecha y desconfianza permanente y mutua.

Con la ignorancia de las características de una enfermedad mental, la psicopatía adquiere, discutiblemente, cierto consenso social llamado revolución, así se haga a nombre de la Libertad, Igualdad, Fraternidad, en el Siglo XVIII, actualmente a nombre de la injusticia social; o asume el nombre de conquista irrenunciable porque la ampara una ‘negociación’ política. Por otra parte y para hacer las cosas peor en la llamada ‘sociedad civil’ se ignora el verdadero impacto de esas conductas al considerarlas ‘normales.’ En “La Sabiduría de los psicópatas: lo que santos, espías y asesinos en serie pueden enseñarnos sobre el éxito”, Kevin Dutton, psicólogo, sostiene que los psicópatas son atraídos y se destacan en puestos o roles que requieren habilidad para tomar “decisiones objetivas, clínicas, divorciadas de los sentimientos”, por eso muchas empresas y estructuras políticas ‘legítimas’ los ‘adoran’. Es decir, están camuflados entre la gente normal y pretenden dirigirla. Y esto se perpetúa porque se parte de la falsa presunción de que todos los verdaderos psicópatas están en las cárceles o en los hospitales psiquiátricos.

Según Dutton, los 10 trabajos que más los atraen son: CEO, abogado, medios, (TV/Radio), vendedor, cirujano, periodista, oficial de policía, clérigos, chef (cocinero), empleado público (políticos). Por el contrario, los psicópatas raramente se orientan hacia las profesiones que requieren empatía, interacción con otros y sentimientos humanos: asistente médico, enfermero, terapista, personal de vuelo, esteticista / estilista, caridad o voluntariado, maestro, artista creativo, médico, contador.

La desorientación en la sociedad se produce porque normalmente se asocia la palabra psicópata con la condición de asesino o violador en serie, pero no todos los psicópatas son homicidas. En un ambiente laboral o político, se dedicarán a destruir mentalmente a sus colegas para alimentar su necesidad de dominar a los demás. (¿Le suena familiar el concepto de linchamiento mediático? Es una enfermedad social, ni nos mosqueamos y les levantamos estatuas de opinión a los mayores linchadores.)

Así las cosas, miremos el ‘proceso de paz’, el escándalo de la CC, el tratamiento de las víctimas, el ninguneo del país por parte de Santos, (‘el tal paro no existe’, la tropa no está desmoralizada, hay que creerles a las Farc, etc.) y las actuaciones de muchos políticos. ¿Cómo afrontaríamos entonces el post conflicto si esas conductas persisten y no se les reconoce por lo que son?

Entonces, si tenemos psicópatas y sociópatas camuflados en el ámbito profesional ¿Qué fue lo que encontró Dutton en común entre el éxito y los psicópatas? La capacidad de infundir un miedo incontrolable, en contraposición al respeto esperado que es la prueba permanente de los representantes de la ley, la disciplina, la autoridad, los que disfrutan de altas posiciones sociales (¿Sabe usted quién soy yo?); la falta de empatía y culpa para conseguir objetivos, sin importar cómo se sienta la gente; el egocentrismo presente en las grandes y pequeñas decisiones, la manipulación de medios, información, conciencias; la irresponsabilidad en la toma de decisiones como el esquema de basuras, 20 años y más haciendo estudios del metro a expensas del dinero de todos; la impulsividad de decir sin pensar: “Deje de meterse en el proceso de paz, Procurador.” “Gasten, gasten;” la respuesta cantada de Santrich frente a las víctimas: “Quizá, quizá, quizá,”etc.

Por ese motivo, si nos conmueve el asesinato de cuatro niños en Caquetá, pero no nos inmuta la muerte de un anciano haciendo fila para ser atendido; o nos da igual no respetar las reglas de tránsito, ocupar carriles prohibidos, volarse las señales de ‘pare’, conducir a exceso de velocidad o borracho; dañar el jardín del vecino por el capricho de arrancar una flor; tirar basura, emitir contaminantes a la atmosfera, ofender a nuestro semejantes verbal o físicamente; el vandalismo permitido o practicado; o la conducta inadaptada o disruptiva que se refiere al comportamiento emocional, negativo y persistente de niños, adolescentes o mascotas de temperamento difícil o peligroso; la oposición crónica, las conductas antisociales de agresión física a compañeros de clase y profesores, o la extorsión, intimidación, violación o acoso laboral, sexual o moral que se escuda en la crítica política, o en el mando del jefe.

Si a usted le parece normal que un político, negociador, o representante de un grupo ilegal mienta patológicamente o engañe sobre todo para conseguir beneficios o justificar sus conductas, o intereses políticos; si esa persona o gobernante tiene una incapacidad patológica para asumir su responsabilidad en los hechos que evade para justificar metas ilusorias; o no acepta sus errores por lo que raramente solicitará consejo o ayuda, ya que para ese sujeto el problema siempre lo tienen los otros, sus enemigos. Si ha notado lo anterior, pero no lo ha clasificado como las conductas antisociales fuente de la sociopatía básica, cotidiana, familiar, del post conflicto colombiano que cubre no solamente a los llamados ‘actores,’ sino a los millones que no han empuñado un fusil, entonces estamos muy lejos de conocer la fórmula magistral para convertir el post conflicto en la Colombia feliz e idílica que soñamos; es decir, que afrontaremos el postconflicto de manera irresponsable, como lo hicimos con la apertura económica del gobierno Gaviria que llevó a muchas empresas a la quiebra.

Además de entender lo anterior, creo que necesitamos muchas realizaciones de carácter administrativo y estatal como la seguridad ciudadana y buenas carreteas para semanalmente entrar en contacto con la naturaleza, pues nos sentimos conectados con nosotros mismos y en paz si estamos al aire libre o fuera de la ciudad.

El Ayudar a los demás, nos da un mayor bienestar lo cual puede hacerse de muchas formas, mediante trabajo voluntario, siendo amables con las personas que no conocemos, o dándole una mano a un amigo que necesita ayuda.

Otras personas se realizan cuando expresan su gratitud. Hacen listas de todas las cosas por las que están agradecidas o dan las gracias en voz alta por todo lo que tienen. Muchos encuentran el sentido de la vida a través de los rituales y la práctica de la religión.

Es decir, cualquier cosa que nos ayude a encontrar esperanza para el futuro puede servir para mantenernos mentalmente saludables con una actitud positiva y esperanzada, pues como seres sociales todos los sectores de nuestra vida están conectados. Al esforzarnos para mantener cada una de las partes de nuestra vida con los otros en una conexión sana, podemos ayudar a que nuestros cuerpos, mentes y almas se mantengan completas, no solamente en el post conflicto, sino en la vida que todos merecemos. Son cosas sencillas que peligrosamente podemos olvidar porque no tienen el renombre de una especialización política de moda, el postconflicto. Sin embargo, hay varios imponderables que lo definirán y que no son sencillos:

¿Qué clase de poder se consolidará entre quienes se consideren ‘vencedores’ en la negociación para ejercer la influencia ideológica como poder político y económico, directa o indirectamente? ¿Será la nueva oligarquía financiera y agraria la resultante del negocio de la droga y la minería ilegal? ¿Remplazarán las cooperativas de nuevos dueños agrarios la influencia política organizada y cooptada por las Farc a la usanza de los viejos terratenientes, con el apoyo del estado?

El desenlace de lo anterior traerá consigo la imposición de una ideología a través de distintos medios, que se complementarán entre sí: la propaganda política, la acción sindicalizada, el control de la actividad educativa y cultural, y la neutralización de cualquier ofensiva militar; o la transformación del ejército para afrontar una nueva criminalidad resultante de una enfermedad mental ignorada.

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