Desenterrar la verdad

La Escombrera y otras fosas del horror de la guerra son parte de una tarea inaplazable de reparación.

En un país casi insensibilizado por los horrores de la guerra, conmueven las desgarradoras escenas de decenas de familias de Medellín que esperan, con la angustia eterna de quien no ha podido enterrar a sus muertos, el resultado de las excavaciones de la Fiscalía en la Escombrera. Así se conoce el lugar que los paramilitares convirtieron en un cementerio clandestino en plena área metropolitana y que por años fue sinónimo de poder criminal, tragedia e impunidad.

Visibilizada gracias a la labor de organizaciones de víctimas y familias que, con valor y resolución, no obstante los riesgos y el tiempo, no se han resignado a no conocer la verdad, la Escombrera es, desgraciadamente, uno más de los muchos lugares que a lo largo y ancho de la nación han sido utilizados por todos los actores armados para tratar de ocultar sus crímenes. En medio de un conflicto degradado e inmisericorde, en el que se han cometido las más escalofriantes tropelías de lado y lado, las fosas comunes y los caudalosos ríos esconden una historia de horror escrita con sangre por ‘paras’, guerrilla, narcos y ahora también las bandas criminales.

Es todo un doloroso drama. Las familias de miles de desaparecidos, entre los que se cuentan centenares de secuestrados, siguen esperando una noticia de su paradero, aun sabiendo que, después de tanto tiempo, no puede ser buena. Se trata, sin duda, de una de las heridas más difíciles de sanar al cabo de medio siglo de violencia, y para empezar a cerrarla se necesita una enorme dosis de verdad por parte de los que cometieron los crímenes y aspiran a recibir el perdón de sociedad que victimizaron.

Se ha avanzado en esta dura tarea, hay que decirlo, pero el camino es largo. En una década de Justicia y Paz, los miles de paramilitares desmovilizados, y no pocos guerrilleros que desertaron de las Farc y el Eln, han dado información que permitió recuperar los cuerpos de 5.978 personas asesinadas.

Esa es la historia que se está viviendo hoy en la Escombrera, donde los grupos de antropólogos y policía judicial buscan al menos a un centenar de víctimas, entre las que estarían varios desaparecidos de la cuestionada operación Orión, en la que, según diversos fallos judiciales, la Fuerza Pública actuó de la mano con los paramilitares de ‘don Berna’.

Desenterrar esa dolorosa verdad, por dura que sea, es una obligación del Estado y ahora, cuando se negocia el fin del conflicto con las Farc, uno de esos gestos de paz que está reclamando Colombia bien podría ser la ubicación final de quienes murieron en sus manos, incluso en los casos en los que recuperar los restos ya no sea posible.

El proceso con los paramilitares, a pesar de todas sus fallas, ha sido clave para el arranque de una cruzada que puede durar años y en la que sigue haciendo falta mucha información. Lo que se ha demostrado en estos años es que, a cambio de verdad, la mayor parte de los colombianos está dispuesta a tragarse el sapo de aceptar que los responsables de crímenes atroces reciban penas menores. Y lo que es un hecho es que esa verdad no estará completa mientras existan cuerpos sin recuperar en fosas del horror y una ignominia como la de la Escombrera.

La paz empieza por aliviar el dolor de quienes perdieron a sus familiares y al menos quieren hacer el duelo al hallar sus restos.

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