El amor de cachalote

¿Qué insecto mágico ha picado al Presidente Santos que busca el diálogo reconciliador con Uribe? Los presagios derivados de la mesa habanera, que hasta hace pocos días señalaban un acuerdo inminente entre las Farc y el gobierno, parecen mostrar un cuadro cuando menos pesimista. Los borradores publicados sobre los puntos de la agenda son la clave para un escepticismo nacional, pues su contenido llena de dudas a la ciudadanía general y de razones concretas a los críticos del proceso, como el Centro Democrático lo ha hecho al mostrar 52 objeciones a los resultados hasta ahora conocidos.

El entorno político que Santos pretende darle un tono rosa de rescate a su mejor “enemigo” o contradictor, invitándolo a tomar tinto a la Casa de Nariño, está lleno de nubarrones que no puede ocultar. El senador Uribe, cuyo partido representa casi la mitad del electorado colombiano, es objetivo penal y diplomático del gobierno dictatorial de Venezuela. Maduro quiere involucrar a Uribe en el asesinato de un dirigente chavista que murió a raíz de las contradicciones entre los “colectivos” o grupos armados al estilo de las SS de Hitler. Con testigos falsos reclutados en prisiones venezolanas, el régimen de Maduro arma un expediente contra Uribe que luego tomará el camino que está preparando Unasur con la autoría intelectual de Samper y el Fiscal Montealegre, de crear una Corte Internacional Penal Bolivariana. Ante esas acusaciones y preparativos judiciales, el gobierno Santos guarda silencio y burlona complicidad. ¿Es con este personaje que Uribe estaría interesado en sentarse a tomar un jugo de mandarina o un tinto en Casa de Nariño? ¿Puede hablarse ingenuamente de “los altos intereses de la paz”, cuando de lo que se trata es de “picarle arrastre”?

Santos tiene otro frente que le rebulle el duodeno: la atención y el deber constitucional del Procurador Ordoñez sobre sus acciones fuera de la ley con motivo de los desplazamientos del “Comandante en Jefe” de las Farc, Timoleón Jiménez o Rodrigo Londoño, hacia Cuba y Nicaragua. Todavía estamos esperando explicaciones coherentes de este asunto de seguridad nacional que implica a nuestras Fuerzas Armadas.

Pero el problema de fondo que suscita la carta de Álvaro Leyva – y lo resucita del olvido – es la perspectiva de mediano y corto plazo sobre las conversaciones con las Farc que tienden a empantanarse con la discusión de los puntos faltantes como son desarme, desmovilización y aplicación de las penas a los delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra. Como si no fuera suficiente, están por volver al debate una veintena de salvedades no resueltas en lo puntos hasta ahora parcialmente definidos. Cobija todo el paquete del Acuerdo Final, la incógnita fiscal asustadora de los cientos de billones aplicables al posconflicto fariano: ¿de dónde van a salir los fondos inconmensurables para saciar la paz de Juan Manuel y Timoleón? ¿Qué va a pasar con el Eln, cuyo proceso se va a semejar al de las Farc en complejidad y costos operativos? ¿De cuál paz se va a construir el referendo legitimador del presunto acuerdo con las Farc?

Por lo que aquí pintamos con trazos generales, podemos deducir que el diablo inspirador de la bonhomía presidencial invitadora a Uribe a un juguito de mandarina en Casa de Nariño, no es para “salvar la patria”, sino para “salvar a Santos”. Un humano puede nadar al lado de un delfín amaestrado. Pero no puede nadar al costado de un cachalote. El Estado es como un mar donde cabemos todos, si hay democracia. Pero si no hay juego limpio, el patriotismo es un pretexto para encubrir los malos acuerdos y las trampas armadas con los filibusteros extranjeros para perder soberanía en el Caribe y credibilidad en el continente. Llegará el momento en que a Santos se lo van a tragar las Farc. Cuando pida unidad para salvar a Colombia y no a él, ahí debemos estar todos.

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