El mordisco

El fin de semana salí a trotar. Llevaba un buen ritmo hasta que de la nada salió un perro chiquitico y con aspecto rabioso. Apenas comenzaron los ladridos desesperantes el ritmo de carrera se vino abajo. Me quedaron solo dos opciones. La primera, morirme de miedo ante la fierita enclenque de dientes afilados y someterme a un mordisco con cara de tétano potencial. La segunda, pues salvar mi pierna a punta de dominación, demostrando quién debía poner las condiciones.

La primera la deseché, porque ni a palo me iba a dejar intimidar un esperpento de esa calaña. Fuera el miedo. Me fui, entonces, por la segunda opción. Dominé al perrito con la mirada (se lo aprendí a César Millán, el encantador de perros). Con el foco de atención puesto en su cuerpito diminuto le hice saber que conmigo no se metiera, que yo tenía el control, cual Jedi, que ni a palo me iba a dañar la trotadita y que no tenía derecho a morderme porque sí. El resultado: punto para el hombre, derrota para la fiera.

¿A son de qué esta historia? Pues sencillamente le encontré mucho parecido a lo que pasa en La Habana con el proceso de Paz de Juan Manuel Santos. La semana antepasada, con el vil asesinato de los soldados en el Cauca, pues la guerrilla demostró un comportamiento como el del chandosito que me salió en la carretera. De la nada, se tiraron a mostrar dientes, porque sabían que en frente de ellos iban a encontrar un gobierno temeroso, que les puso el mango de la sartén en bandeja de plata. Y claro, como los animales huelen el miedo, pues tenga. Les bastó con matar a unos soldados en indefensión, violando la palabra empeñada, para que todo un país se pusiera mosca y rechazara la forma como el Gobierno está haciendo concesiones a los guerrilleros.

Viene la pregunta. ¿Por qué el Gobierno no se defendió del perrito mordelón? En un país donde por defecto los colombianos sabemos que la paz es una necesidad apremiante no se puede bajar el ritmo. El problema radica en el cómo se busca y con quién se negocia la paz y desde que inició la negociación con las Farc, al Gobierno le ha faltado tallar y poner su ritmo para que las cosas se acomoden a lo que en realidad necesita el país.

Eso es lo que deja amplias dudas en Colombia. Humberto De la Calle, jefe del equipo negociador del Gobierno lo dijo clarito: “Cuando los colombianos comenzaban a acariciar la esperanza de ser testigos de la firma de un acuerdo histórico vino, en el peor momento posible, este desconcertante baldado de agua helada”. Las Farc rompieron la confianza con el mordisco que le dieron al Gobierno. ¿Por qué, entonces, se dejó morder de esa forma, cuando se sabe de sobra que ese perro cuando ladra sí manda el guascazo?

Ahí es cuando la opción dos se convierte en el camino a seguir. Si bien se ha avanzado históricamente al ponerse de acuerdo con la guerrilla en puntos trascendentales, en carrera no se puede bajar la guardia. Simplemente se necesita un poco de carácter para mantener la respiración y el paso firme. Si eso se hace se les cumplirá a los colombianos el sueño anhelado de dominar al perrito e imponerle las verdaderas condiciones de la paz.

Más allá de las dos quejas públicas en tono valentón de Santos hechas después del ataque en Cauca, Santos debe templar el paso para controlar a los perritos del camino. ¿Qué tal si se empodera de nuevo a las fuerzas militares (como se merecen) para demostrar que el temple está de este lado? ¿Qué tal si se conminan los tiempos de la negociación para evitar aquello de que perro viejo ladra echado? ¿Qué tal si se planta con toda, la obligatoriedad de pago de penas a los cabecillas guerrilleros que gruñen todo el día diciendo que no pagarán ni un día de cárcel? Ese sí sería el camino para que la gente recupere la confianza y vuelva a creer en una paz anhelada en un país que ya ha sufrido muchos mordiscos.

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