EL NOBEL POR ENCIMA DE TODO

No puedo dejar de ser monotemático; las circunstancias actuales me impulsan a eso. Cada día me preocupa más la situación de Colombia. El presidente cambiante, presionado por la ambición del premio Nobel de la Paz, dice una cosa y a los pocos días hace lo contrario, porque una decisión puede llegar a molestar a sus nuevos amigos de La Habana. Una noche lo escuchamos y vimos por la televisión. Más o menos nos dijo: La orden es no bajar la guardia. Las Fuerzas Armadas no dejarán de atacar a la subversión, perseguiremos y acosaremos con toda la contundencia del caso. Todos felices, tranquilos porque el primer mandatario había mostrado fortaleza.

Otra noche reforzó nuestro optimismo (si es que algo de eso había). Con contundencia, o debilidad bien disimulada, afirmó que no retrocederemos un milímetro, óigase bien, ni un milímetro para atrás, seguiremos persiguiendo a los grupos insurgentes pase lo que pase.

Y, tal vez recordando lo que pasó en épocas anteriores, nos tranquilizó cuando afirmó: No cederemos un centímetro cuadrado de territorio nacional, los seguiremos atacando con contundencia, óigase bien, ni un centímetro del territorio colombiano despejaremos. No pongo comillas porque esto es de memoria y a veces, muchas veces, ella no me acompaña, pero sí estoy seguro de que esta es la esencia de sus afirmaciones.

Lo peor, lo que nunca pensamos que pudiera pasar, a pesar del conocimiento que tenemos de nuestro Presidente, dijo que pensaría dos veces para atacar a "Timochenko". Después de tenerlo acorralado, con grandes sacrificios de nuestras Fuerzas Armadas, se atreve a decir esto para justificar el despeje de mucho más de un centímetro, para hacer retroceder a nuestro ejército (más de un milímetro) y así poder sacar a "Timochenko" para La Habana como ya lo hizo con otros.

Después de escuchar todo esto, en la misa de Ramos el domingo pasado, debo confesar que me distraje (y pido que se me perdone por ello) preocupado por ciertas semejanzas por lo que sufrimos ahora. Por lo que pasa en Colombia, por el calvario que tendremos que recorrer en el futuro.

La traición de Judas, amigo por años de Jesús, cambió esa amistad por unas monedas de oro. Luego se arrepintió por esa traición, devolvió las monedas y llegó al extremo de ahorcarse. Ahora las traiciones se aplauden y el arrepentimiento no llega.

Pilatos se lava las manos, muestra su debilidad y entrega a un justo, a Jesús, para su condena. Mientras tanto pide al pueblo que decida entre Jesús y el criminal más grande de la época. Para que liberen al justo o le perdonen todos los crímenes a Barrabás y crucifiquen al que dio su vida por la humanidad. Esto ocurrió en Jerusalén y no en La Habana.

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