El perdón

El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió. Madre Teresa de Calcuta

En entrevista con El Tiempo (“Me gustaría que el ELN me diga por qué mató a mi padre: Mininterior” Abril 10/16) Juan Fernando Cristo expone el drama de su alma, un privilegio negado a la inmensa mayoría de las víctimas del terrorismo. Me solidarizo con él, como persona, porque, quizá, pueda contribuir a arrojar luz sobre el aspecto ético, soslayado en los diálogos con la guerrilla, mediante la manipulación de lo que se ha venido a llamar el ESCENARIO público y el privado de las negociaciones en relación con el perdón.

El asesinato por la espalda del médico Don Jorge Cristo Sahium no fue un hecho que ocurrió en público para ser llorado en privado; su asesinato afectó a su familia y la sociedad por lo que el perdón de sus asesinos no puede dividirse en una acción política y otra privada. El perdón verdadero tiene el poder de devolverles la vida espiritual tanto a los deudos como al agresor, y es la base de una verdadera reconciliación social, pero no puede ser manipulado.

Deudos y victimarios, asesinos profesionales u obligados, creyentes, ateos, agnósticos, indiferentes, pragmáticos, pueden recorrer el camino político, sicológico o psiquiátrico en busca del perdón y siempre encontrarán la ‘pared’de su ‘ego’ opositor, o alcahueta, el verdadero enemigo que dará razones para no justificar o creer; o para aliviar, pero con dudas. Llamo a este camino, la Vía Dolorosa; su tránsito es el infierno y puede durar años, pues la venganza es fácil, pero ir en contra de uno mismo no lo es. Sin embargo, un día, algo valiente en la persona, como el pequeño David de La Biblia, decide enfrentar al Goliat de su propio odio. Siendo consciente de su mejor sentimiento de paz mira a los ojos de su adversario interior que es usted mismo; como usted no puede ser, al mismo tiempo, dos cosas a la vez, serenidad y odio, uno de los dos tiene que irse. No es guerra, no es armisticio, no es rendición; USTED, SU IDENTIDAD, LO REAL, su voluntad de lo que usted ES, o quiere ser, y de la que permanece consciente, ha decidido que no se identificara con el otro yo vengador, pues USTED, el real así lo ha determinado en su voluntad para permanecer; lo ‘otro’, el odio dentro de usted, desaparece. No pertenece al vecindario.

El creyente podrá experimentar, envuelto en la guía intuitiva de la majestad y santidad del Padrenuestro o el Avemaría, algo así como el abrazo del Buen Padre Dios lleno de cuidadosa ternura, que lo rodea como si usted fuera el pequeño niño que somos ante sus ojos. Él ha hecho el trabajo. Esa experiencia personal, inconfundible, del amor de Dios por usted, que lo protege, es el PERDÓN.

Creo que este escenario personal y privado, en el ámbito de la racionalidad sicológica o la creencia (dos formas distintas de conocer e intuir) le parecerá lógico, posible, digno de usted. La pregunta es: si este escenario le parece a usted lógico, digno, en lo privado ¿Por qué no puede serlo en lo social? Ah… porque los derechos están por encima de la verdad eficiente. ¿Cómo sería ese escenario en lo social? ¿Se transaría usted por una simulación o falsificación de lo que usted considera como el verdadero perdón, que es lo único que le garantiza que el odio no se volverá a enseñorear de su vida?

Digamos entonces que usted ha logrado hacer desaparecer su odio y que se encontraría con los cabecillas del ELN para preguntarles por qué le asesinaron a su ser querido; o decide callar y dejarlos que cuenten su historia de justificaciones. Digamos que usted calla porque ha vencido dentro de usted mismo y ha decidido valorar esa victoria con el silencio digno del perdón de usted mismo que se ha ganado dolorosamente frente a su conciencia que todo lo sabe sobre su tragedia. ¿Qué importancia tiene entonces su odio justificado contra el ELN o las Farc? Ninguna. Digamos que ustedes ven su falta de arrepentimiento, el desconocimiento del discernimiento interno entre lo bueno y lo malo, o lo que podría ser su dolor interior. ¿Qué hace usted frente a esa realidad? Usted no puede arrojar su perdón, tan duramente conquistado, ofrendar su autoestima, al que no tiene los órganos espirituales para entender o empatizar desde la profundidad de su psiquis; ni feriar su dignidad ante la opinión de los encumbrados pacifistas.

Dice Luis Fernando Cristo, quien respalda la búsqueda de la paz con la guerrilla, pero que no ha perdonado a los que asesinaron a su padre, que para perdonar se necesita la verdad. ¿Cuál verdad? La verdad irredenta, falaz, acomodada, del terrorismo, o la verdad de Dios experimentada en la liberación personal del odio? Creerle a las Farc o el ELN es darle a su verdad un poder indigno, que no existe, además. El drama del pueblo colombiano consiste en aceptar una falsa verdad sobre el perdón, mientras que la verdadera es repudiada en los mentideros de los expertos, relegada a esconderse, descalificada y burlada en la gritería de los medios. Es la decisión de la ignorancia que pidió liberar a Barrabás y condenar la Verdad Inocente. Que Dios nos perdone.

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