El silente silencio de la izquierda

En ese archipiélago que es la izquierda colombiana reina un silencio, entre sórdido y cómplice, frente a la actuación y a la línea de acción de los jefes de las Farc en las negociaciones de paz y con los atropellos a la libertad y la democracia en Latinoamérica.

Algunos de ellos, igual que los comunistas que impulsaron el nacimiento de las Farc y de su famosa “combinación de todas las formas de lucha” cuyo principal atizador fue Manuel Cepeda, consideran que todos los problemas de este proceso son responsabilidad de la extrema derecha y la derecha y cuando menos del Gobierno.

La izquierda no marxista o no comunista, tampoco es que se desvele por manifestar alguna crítica a las Farc. No se sabe si es por la pena que sienten de coincidir con las derechas o el establecimiento.

En la academia y en la intelectualidad aunque se escucha o se lee una que otra voz crítica, prima también el silencio como si pensaran que cualquier cosa que demande la guerrilla debe ser concedida con tal de que se firme la paz, aun cuando eso signifique ponerse en contravía de ideas y principios de derechos humanos que han defendido en su carácter de universales.

Es una actitud similar a la de las izquierdas del continente frente a los atropellos a la libertad y a la democracia de los regímenes dictatoriales de Maduro y los Castro. Hago un esfuerzo por encontrar una explicación convincente sobre ese profundo silencio, sin encontrar una razón convincente.

Sé muy bien que este sector de la sociedad no es asimilable a un organismo o a un aparato sometido a los designios u orientaciones de un núcleo directivo. Pero, al margen de reconocer su condición heterogénea, hay rasgos que siempre les han sido característicos. Generalmente, por ejemplo, dan sustento ético a la lucha contra dictaduras y tiranías, si son de derecha. Hacen gala de actitudes irreverentes frente al poder y los poderosos. Hay un no sé qué en su forma de mirar y gesticular ante interlocutores adversos. Les parece que Fidel es un gran gobernante. El espíritu mordaz con las costumbres les acompaña. Denotan escepticismo frente a las ideas de felicidad, amor, patria, dios, autoridad, religión, orden, autoridad.

Los intelectuales de los años 60 y 70 fueron reverentes con la revolución cubana y con su caudillo, el tirano Fidel Castro, miran con sagrado respeto la miseria de la misma y se tragan el cuento de que sus limitaciones son la consecuencia del embargo del imperialismo yanqui.

Abrazaron con entusiasmo religioso el ideal revolucionario y muchos se hicieron militantes de piedra y de fusil, otros con la tiza y el tablero o desde la oficina o el cafetín.

El desengaño que debió haber producido el colapso estruendoso del experimento comunista no les ha pasado factura de cobro. Todavía hay intelectuales que siguen siendo comunistas a su manera, se adaptan, se camuflan, se solapan, y guardan la fe de que la versión correcta de Marx renacerá. Por ahora luchan contra la globalización y por la salvación del planeta. Han refinado su léxico pues ya no hablan de lucha de clases sino de conflictos interétnicos, en vez de oprimidos y explotados se refieren a sectores subalternos.

Toleran en silencio, porque en eso sí son tolerantes, las barbaridades de Evo, Cristina, Correa, Lula y Daniel para mantener  viva la idea de la revolución socialista en versión del Foro de Sao Paulo.

No se escandalizan con las movidas nepótistas del tirano de Nicaragua que sin ruborizarse nombró canciller a su mujer, a los hijos asesores y estropeó la constitución para hacerse reelegir indefinidamente tal como lo hicieron o intentan sus pares de Ecuador, Bolivia y Brasil. La gran piñata venezolana que ha extendido sus jugosos regalos a casi todo el continente e incluso a los desengañados de Podemos en España, tampoco merece una línea crítica.

Nuestra izquierda variopinta y sus intelectuales tan incrédulos y materialistas, no expresaron asombro con el manejo sospechoso de la muerte del demagogo populista Hugo Chávez, con la truculenta transición del poder, con que Maduro le hable a su antecesor a través de un pajarito o a que afirme haber hablado con el muerto.

Calladitos están ante la persecución contra figuras de Oposición por parte del monigote de los Castro en Venezuela. Han sido impasibles con la eliminación real y por vías de hecho de la separación de poderes, con el cierre de periódicos, la censura de los pocos que son críticos y la judicialización de sus directores. Ni siquiera han manifestado solidaridad con Teodoro Petkof, un dirigente de izquierda ni han respaldado la gestión solidaria del exprimer ministro español  Felipe González con los presos políticos venezolanos.

En cambio le hacen eco a la pretensión de las guerrillas de imponer su visión del conflicto, justificando histórica y sociológicamente su existencia y legitimando el uso de la violencia “altruista” con el dogma de las causas objetivas del levantamiento armado y cerrando los ojos ante sus crímenes y su degradación moral.

Coda: La única forma de aceptar un cese del fuego unilateral es que sea verificable y que la guerrilla, con verificación y protección internacional, se concentre en un solo lugar.

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