EL SÍNDROME DEL FRENESÍ

“Al que no le guste la pregunta del plebiscito es delirante, esquizofrénico, peligroso y desea la guerra”. Armando Benedetti. @AABenedetti

Después del resultado del plebiscito del 2 de octubre muchos votantes del SÍ han descargado una salva de improperios sobre todos los del NO a través de la prensa, las redes sociales y en persona, como lo haría una hinchada frenética contra los simpatizantes del equipo que los derrotó. Esa falta de cordura merece un examen detenido, porque igual que en todo fenómeno social hay unas causas ocultas que es conveniente analizar.

Primero debe advertirse que a las inmensas mayorías del SÍ y el NO las anima el mismo deseo de vivir en un país próspero y en paz. La diferencia estriba en el camino elegido para lograr ese propósito común. El presidente de la república ilusionó a numerosos sectores con la idea de que su arreglo con las Farc era el camino para “una paz estable y duradera” en Colombia. Pero tan pronto como se iniciaron las conversaciones, otros sectores vieron que éstas se adelantaban sin principios ni exigencias por parte del gobierno, y que un grupo que había cometido los peores crímenes de lesa humanidad iba a ser incorporado a la sociedad como si nada, y además colmado de prebendas. Aquellos sectores que se oponían no fueron escuchados por el gobierno, y en la medida en que aumentaban las voces en contra de ese despropósito, el presidente arreció su andanada contra ellos, silenció a la prensa, manipuló los poderes públicos, despilfarró recursos del erario y empezó a hablar de guerra, de izquierdas y derechas, sectarizó al país y le dio estatus de beligerancia a una banda diezmada y sin credibilidad política hasta entonces. Se rodeó de escuderos que cacareaban el falso dilema de la guerra o la paz y desprestigiaban a la oposición a través de los medios sin derecho a réplica. El ambiente se enrareció, el país se dividió y bajo las amenazas oficiales de una guerra fantasma, una buena cantidad de creyentes, especialmente jóvenes, se matricularon en las filas de la paz contra la guerra. La oposición fue estigmatizada como una ultraderecha guerrerista más peligrosa que las Farc, y se llegó al absurdo de que los victimarios eran las palomas, y quienes reclamaban castigo a los crímenes de lesa humanidad eran los belicistas. Los ataques verbales de los escuderos de Santos como el senador Benedetti aupaban con su emocionalidad descontrolada la furia de quienes, asustados y de manera sincera, le apostaban a la terminación de la violencia por la vía de premiar a los violentos. La economía se resintió y los colombianos se llenaron de intranquilidad e incertidumbre, horrorizados unos por las graves consecuencias de no votar la paz, y otros, por los peligros de una copia de Venezuela en el país. El clima de ansiedad social generado desde la presidencia llegó a su punto máximo en vísperas del plebiscito. Fue una manipulación infame de la salud emocional de los colombianos, que de paso servía para desviar la atención de las pésimas ejecutorias de un gobernante obsesionado con el Premio Nobel de la Paz. Una vez rota la burbuja de la fantasía, inflada por las encuestas sospechosas que le daban una ventaja apabullante al SÍ, los partidarios de esta opción derramaron lágrimas francas por la suerte del país, y la emprendieron contra quienes habían sido señalados oficialmente como los verdaderos enemigos de la paz en Colombia, paz que según el propio presidente está amenazada ahora, si no se llega a un acuerdo ya y sin exigencias imposibles por parte de la oposición triunfante. La presión emocional insuflada por Santos tuvo su desfogue lógico sobre quienes fueron mostrados como el obstáculo para una vida sin guerra. De ahí el frenesí de algunos.

De otra parte, las campañas malintencionadas de los contactos y partidarios de las Farc, que hablan de paz pero justifican la criminalidad, han fanatizado la mente de muchas gentes correctas con el cuento de la izquierda y la derecha, y dicen que votar por el NO es apoyar al paraco de Uribe o al ultramontano de Ordóñez, el ex procurador. A éste lo atacan por sus prácticas religiosas, pero al mismo tiempo piden respeto por la diferencia, con lo cual parece que la única diferencia por la que piden respeto es por la propia y se reservan el derecho de agredir la ajena. Con esta misma mala intención asordinan los crímenes de las Farc y abominan los de los paramilitares que están presos y extraditados, gritan contra los parapolíticos que están condenados pero defienden a los farcopolíticos que están libres, cuando en la mayoría de los casos los delitos de las Farc son de una peor calaña. ¿Alguien se ha preguntado por qué esa doble moral? No cabe una respuesta distinta a la de que los poderes del Estado y los medios de comunicación están infiltrados por personas o ideas proclives a las organizaciones que defienden a las Farc. Además, el problema de Colombia no es un asunto de izquierdas o derechas. Este es el vade retro con el cual se quiere espantar el debate de fondo, porque algo es verdad o mentira según la etiqueta que le estampen a quien hable. Y si alguien coincide con una verdad que no les gusta lo vuelven parte accesoria del personaje etiquetado. ¿Entonces los del NO son uribistas paramilitares, y se acabó la discusión? ¿Estados Unidos sería comunista porque se alió con la URSS frente al enemigo común en la Segunda Guerra Mundial, y la URSS, un país imperialista yanqui? Por esos caminos la llamada izquierda se aparta cada vez más de ser una corriente avanzada del pensamiento, pues ese pensamiento no tiene parentesco alguno con la defensa de lo que aparece como un falso progreso en el ideario de la decadencia, ni mucho menos con la impunidad revestida de perdón. La izquierda en el mundo también se descompone y se está transformando en el oportunismo autocrático del siglo veintiuno, lumpen y corrupto, que se olvidó de luchar por una sociedad democrática liderada por el avance material y científico al servicio de todos, como la base para lograr a su vez un avance espiritual en busca de un nuevo hombre, tan lejos de Timochenkos y Maduros como el homo sapiens del australopithecus, y lejos también de premiar a pandillas mimetizadas bajo el disfraz de Robin Hood, que justifican el narcotráfico como un delito no punible conexo con el de rebelión, según reza el acuerdo de La Habana.

Señores del SÍ, su enemigo no es el NO.

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