El torbellino islámico

Recientes venganzas entre facciones del Estado Islámico y Al Qaeda agravan el terrorismo y el drama humanitario hacia afuera y adentro del mundo musulmán. Todo bajo el signo de la brutalidad.

Si bien Occidente debe preocuparse por la creciente amenaza que significan los grupos extremistas islámicos para sus ciudadanos e intereses, cabe poner los ojos sobre el drama social y humanitario que afrontan los habitantes de una decena de países asiáticos y africanos donde ahora no solo sufren la brutalidad del Estado Islámico sino las crecientes retaliaciones entre esa organización terrorista y su par Al Qaeda.

Los analistas lo habían advertido: Estados Unidos y la coalición que lidera, junto con Inglaterra y Francia, se preocupan y se duelen de los ataques a estadounidenses y europeos, y a comunidades religiosas afines, pero nadie dice nada respecto de la sangrienta confrontación que golpea, desde dentro, a diferentes vertientes, comunidades y pueblos árabes y musulmanes.

El grueso de los asesinatos brutales, en ejecuciones extrajuicio y combates, además de los desplazados y refugiados, se generan dentro de las mismas naciones divididas por las brechas tribales y religiosas de chiítas y sunitas, y su distribución en Estados-nación establecidos por el acuerdo británico-francés Sykes-Picot, firmado en 1916 de espaldas a la historia social, religiosa, cultural y geopolítica del mundo islámico y de los territorios árabes en Oriente Medio.

Esta semana apareció en internet un video espeluznante en el cual militantes de una facción de Al Qaeda ejecutan con tiros de gracia a 18 miembros del Estado Islámico. La razón: la venganza por el asesinato (degollados) de 12 de sus yihadistas un mes atrás. El mensaje, la promesa de que habrá ojo por ojo: “Las víctimas ejecutan a sus verdugos”.

Se descubre en los propagandistas de ambas organizaciones (el EI y Al Qaeda) una calculada producción cinematográfica para exaltar el salvajismo y la sangre e intimidar a la audiencia mundial, pero muy en especial a sus propios militantes y fieles.

Colgada en internet aparece hoy una “colección” de imágenes de fusilamientos, decapitaciones, lapidaciones y otras barbaridades (como lanzar a supuestos homosexuales desde las terrazas de edificios) protagonizadas por los fanáticos en vías públicas y despoblados de Siria, Irak y Líbano.

Ya se habla de la incursión e instalación de células del Estado Islámico en el desierto del Sinaí, la Franja de Gaza y los Altos del Golán, para hostigar a Israel y sus ciudadanos. Todo ello aparejado con el reclutamiento de menores, el sometimiento de las comunidades, los castigos públicos crueles (con azotes y amputaciones) y la extorsión y la expropiación sin distingo de bienes privados y públicos.

Es por ello que el sufrimiento de las comunidades islámicas moderadas, no extremistas y que rechazan el terrorismo, se intensifica en medio de la que parece será una confrontación sin cuartel por el control militar y político-religioso en las áreas de Siria e Irak donde el Estado Islámico pretende imponer su régimen.

Esa lucha fratricida, entre musulmanes y contra musulmanes, tal vez reciba un aplauso solapado de quienes desean la autodestrucción de los extremistas, con la creencia del fin de su terrorismo, pero lo que no se estima es el enorme costo en vidas y civilidad. La manera en que esa carnicería loca e indiscriminada ofende la humanidad y recarga odios en los pueblos que toca.

Un torbellino de violencia, un círculo vicioso de venganzas y fanatismos que ciega a parte del mundo musulmán y le impide insertarse en la modernidad ecuménica y la convivencia planetaria.

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