El valor de una renuncia

La dimisión del magistrado Néstor Osuna se convierte en una honrosa excepción en un país de dirigentes indignos y caraduras.

Nadie lo ha acusado de nada. No tiene tacha ética alguna ni está metido en líos judiciales. No participó de ningún carrusel de pensiones ni les ofreció cargos a las fichas políticas de los congresistas en la rama judicial. Goza de una extraordinaria reputación y lo único que tendría que hacer para seguir ganándose hasta el final el buen sueldo de magistrado que recibe es quedarse calladito presenciando la agonía de la moribunda institución de la que hace parte, raspando la olla o a lo mejor oponiéndose tercamente a la eliminación de ese esperpento en el que se convirtió el Consejo Superior de la Judicatura.

Sin embargo, el magistrado Néstor Osuna ha decidido renunciar con la convicción de que le presta un mejor servicio al país y sobre todo a la justicia, al dar un tranquilo paso al costado y demostrar que en Colombia todavía existen quienes no se dejan marear por el poder ni se aferran neciamente a sus cargos. En otras palabras, su dimisión se convierte en una honrosa excepción en un país de dirigentes indignos y caraduras, sobre todo dentro de la desprestigiada rama judicial.

No hay que olvidar que Osuna llegó a la Judicatura en uno de sus peores momentos. Entró a reemplazar al cuestionado exmagistrado Henry Villarraga, acusado, entre otras cosas, de una rara movida para favorecer a un delincuente vestido de coronel del Ejército. Y quizá por esa misma razón dentro de los mayores logros de Osuna está asegurarse de que en los conflictos de competencia entre la justicia penal militar y la justicia ordinaria se creará una rigurosa jurisprudencia para que todo caso que represente una violación a los derechos humanos sea asumido por jueces ordinarios sin excepción alguna.

En los 16 meses que alcanzó a estar en su cargo de magistrado de la sala disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, proyectó duros fallos que castigaban y retiraban de sus cargos a jueces corruptos, especialmente en el sufrido departamento de Chocó. Tristemente, como en Colombia nunca se pone punto final a estas decisiones, por la vía de amañadas tutelas algunos de esos funcionarios corruptos lograron que los restablecieran, pero Osuna siguió librando la batalla para meterlos en cintura.

Si tanto estaba haciendo, entonces ¿por qué tiró la toalla? le preguntamos al aire en RCN La Radio. Osuna respondió que no quería ser un obstáculo en el proceso de eliminación del Consejo Superior de la Judicatura y aunque expuso sus argumentos para estar en desacuerdo con la alternativa que el Congreso ha aprobado en siete debates para reemplazar este órgano, aceptó tranquilamente que el Legislativo no hubiera acogido sus razones en vez de recurrir a la presión y el chantaje que le gustan tanto a algunos otros altos magistrados que deberían ver en la renuncia de Osuna un mensaje de dignidad y compostura.

Osuna se va del Consejo Superior de la Judicatura antes de que algunos de sus colegas comiencen a demandar al Estado pidiendo que les paguen sus sueldos hasta que se cumplan sus períodos o quejándose por los perjuicios morales causados con la eliminación de esa entidad, una jugada que ya está en ciernes.

Pero sobre todo, Osuna se va poniéndole la cara al país, motivando su renuncia en factores que resultan lógicos y admirables y no simplemente callándoselos como han resuelto hacer otros.

Cuánto tendrían que aprender de esta renuncia sus pares en otras cortes que ni rajan ni prestan el hacha o que teniéndo que irse por pura vergüenza frente a los colombianos, se tomaron impúdicamente el poder judicial y siguen enquistados como parásitos en sus despachos. ¡Gran ejemplo el de Néstor Osuna!

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