¿Es la mejor paz la Farc – santista, o la que puede salir de un verdadero ‘nuevo acuerdo’?

Lo que concebimos con claridad, se enuncia claramente. Boileau

Para entender el ‘cacharro’ de la paz, cambiemos el paradigma político por el de la venta de jabones, para comprender, concebir y enunciar claramente la paz que queremos. ¿Por qué? Porque como en el caso de cualquier producto, en este caso el ‘jabón paz’, hay que saber lo que el producto ‘hace’ no lo que el vendedor ‘dice’ para manejar el truco del ‘jabón paz’.

¿Qué es lo que queremos que haga el ‘jabón paz’? Generalmente el jabón que mejor vende ofrece: quitar las manchas, dejar la ropa como nueva, no decolorarla, que quede oliendo bien para que las ‘amas de casa’ de las Farc queden felices. Pregúntese entonces por un momento ¿Cuál es la ‘ropita’ que este jabón quiere lavar, las Farc o el país? ¿Y necesita Colombia un ‘jabón paz’ o una estructura creativa que neutralice lo que hace posible la violencia?

El problema de neutralizar la violencia fue que se craneó como una campaña del ‘jabón paz’, un producto elaborado por abogados, pero vendido por comunicadores sociales, según su leal saber y entender de jabones, como lo hicieron en otros países. El director de campaña originalmente quiso vender el que no se viera sangre a un mercado que está desensibilizado sobre la violencia, como un simple mecanismo de defensa. El problema no es ver sangre, sino que no se nos ocurra matar. A los vendedores profesionales graduados de las Facultades de Comunicación, se han sumado otros espontáneos, especializados en el destruccionismo y la lambonería.

Uno de los vendedores de la paz, Fabrizio Hochschild, dice: “La paz trae beneficios económicos y ayuda a atender mejor problemas estructurales del país como la desigualdad, la marginalización de ciertas regiones o debilidades legislativas.” ¿Eso cómo se come? No nos lo dice. Otro apoyador de la paz, el abuelito Mujica, después de hacerse admirar por un joven auditorio encantado con su ‘sabiduría’, dice de los consumidores de paz colombianos: “Colombia es una contradicción con patas.” A los abuelitos se los respeta; eso no quiere decir que tengan la razón de todas sus chocheras. Otro de los ‘chefs’ de la paz con permanente dolor de barriga, Antonio Caballero, pontifica desde la misma sillita y con el mismo vestido de rayas de hace veinte años: “Uribe no quiere la paz. De modo que ya basta: que no lo sigan invitando a firmarla.” ¿Pero quién carajos quiere una sopa de paloma de paz que sabe a sapo? Dag Nylander, otro noruego, nos avisa que estamos en el kínder de la civilización porque “El mundo está pendiente de Colombia.” En su columna “Un paso atrás” Rudolf Hommes hace razonamientos válidos sobre ‘compromiso’ sin dejar de echarle vainas a Uribe quien al parecer le produce urticaria cerebral. Y finalmente Jaime Castro pone el dedo en la llaga al preguntarle a Santos: ¿”Blindamos el acuerdo o blindamos la Constitución?” Y empezamos a develar las diferencias entre lo que hace el ‘jabón paz’, lo que los vendedores dicen, mejor dicho, el engaño, y lo que queremos. Veamos. Dice Castro:

1. “Los negociadores del Gobierno aceptaron y el Congreso incorporó al acto legislativo 1 del 2016 la petición de las Farc. Dispusieron que el “Acuerdo Final constituye un Acuerdo Especial en los términos del artículo 3 común a los Acuerdos de Ginebra… ingresará en estricto sentido al bloque de constitucionalidad para ser tenido en cuenta como parámetro de interpretación y referente de validez de las normas y leyes que implementen” el Acuerdo Final (AF). Este doble blindaje jurídico –el AF es Acuerdo Especial y hace parte de la Constitución– requería, como lo decidieron los autores de la norma anterior, refrendación popular que debía producirse en el plebiscito.”
2. El pueblo dijo NO.
3. Humberto De la Calle dijo, como quien no quiere la cosa, que el Acuerdo tendría consecuencias políticas y jurídicas, pero no dijo cuáles. ¿Captan la intención?
4. Algunos expertos dijeron que transicional serían, según la publicación digital “Razón Pública” las siguientes:
“Una asamblea constituyente, pues en algún punto resultará inevitable volver a fijar el conjunto de reglas que rigen nuestro sistema político.
“Lo acordado implica un remezón importante en la estructura de la justicia en Colombia, así tenga un carácter excepcional, especial y temporal.
“El reto de poner en marcha lo acordado es todavía mayor. La sola cuestión de quiénes y cómo se nombrarán los magistrados de ese nuevo tribunal, tanto los nacionales como los extranjeros, da una primera idea de cuan complejo es el asunto. Los negociadores de lado y lado tendrán mucho que aportar, pero al final de cuentas será el presidente Santos, con sus facultades extraordinarias, quien tenga el papel protagónico. Su gestión desde 2010 da tantos elementos para sentir tranquilidad como para preocuparse, pues ha tenidos tantos aciertos como errores en sus nombramientos y en sus decisiones hasta ahora. Preocupa además un rasgo distintivo de su gestión: es mucho más fuerte para diseñar y aprobar las reformas que para llevarlas a cabo. El relativo escepticismo de la población colombiana, que se ha manifestado en las encuestas sobre el acuerdo de justicia transicional, puede ser un buen referente de advertencia. Un exceso de triunfalismo, con todo lo que falta, puede ser absolutamente contraproducente.”

Los cuestionamientos de Jaime Castro a Juan Manuel Santos sobre el escenario descrito fueron contestados con su clásico: NS/NR. Y Santos no respondió porque no sabe cuál es la paz que necesita Colombia. Y no lo sabe porque le preguntó a los expertos equivocados.

Para comenzar, la paz es una estructura social que debemos saber identificar con claridad a partir de los elementos que producen esa estructura. Si usted tiene:

1. Un buen funcionamiento del gobierno, 2. Un entorno empresarial sólido, 3. Una distribución equitativa de los recursos, 4. La aceptación de los derechos de los demás, 5. Buenas relaciones con los vecinos, 6. Libre circulación de la información, 7. Altos niveles de educación, 8. Bajos niveles de corrupción, 9. Un buen sistema de seguridad Y ESTABLECE UNA RED CREATIVA DE RELACIONES HONESTAS, PRODUCTIVAS Y DEMOCRÁTICAS entre esos nueve elementos, el resultado será LA PAZ como una ESTRUCTURA PREVENTIVA DE TODOS LOS TIPOS DE VIOLENCIA. 
Ejemplos: ¿Qué pasa si hay un alto nivel educativo en el gobierno que compite salarialmente con los del entorno empresarial? Los mejores querrán estar en el gobierno. ¿Qué sucedería con la corrupción si existiera una libre circulación de información entre los entes de control y los que imparten justicia? No habría choque de trenes. ¿O si la cultura de buenas relaciones con vecinos se extiende a las calles? La cultura ciudadana, sería estructural, no la ocurrencia de un alcalde. ¿Y qué sucedería si esos distintos escenarios civilizadores de las urbes se extienden al campo? El campo sería una opción de vida tan válida como la citadina. ¿O si los escenarios pacíficos del campo se convierten en ejemplos de posibilidades citadinas? La arborización es uno de ellos, por ejemplo; por lo que la tranquilidad de la naturaleza no sería una opción de ricos, solamente, sino una estrategia civilizadora. ¿No se parece lo anterior a la paz que queremos?

Pero las anteriores sugerencias no convencen. En cambio si hacemos la tarea de consultar la fuente científica “Structures of Peace: Identifying What Leads to Peaceful Societies” del “Institute of Economics and Peace” (Las estructuras de la paz: Identificando lo que produce sociedades pacíficas; Instituto de Economía y Paz); si estudiamos cuadros, matrices, variables de posicionamiento al cuantificar objetivamente sobre el impacto de dichos elementos en el desarrollo pacífico de un país, QUIZÁ LAS ÉLITES COLOMBIANAS QUE ESTÁN ADORMECIDAS van a entender, promocionar, meterle el hombro al mejor negocio, la paz, convirtiéndose en voceros profesionales del asunto; no para respaldar un acuerdo que favorece a un grupillo de facinerosos, sino para construir un modo de vida normal; y nos daremos cuenta que el Acuerdo Ya no va a crear UNA VIDA PACÍFICA YA por lo que el ‘acuerdo o compromiso’ tiene que ser diferente para darle cabida a todos los colombianos, no solamente a las Farc. Podremos entonces responder a la pregunta: ¿Qué paz es la que queremos los colombianos?

No necesariamente la mejor promocionada, sino la que nace de una realidad estructural en la que ponemos todos. El Acuerdo Final en nada se parece a una estructura que favorezca a la sociedad colombiana, sino más bien a una lavadora que deja los trapitos farianos limpios y sin mancha y con poder para mandar; por eso Min interior dijo que la JEP es intocable, ya que tiene la fórmula del jabón mágico, más secreta que la de Coca Cola. Pero se equivoca. El Acuerdo Final se basa en entender las causas de la guerra; ese escenario lo manejan muy bien los de mentalidad guerrerista; yo propongo que los de una mentalidad diferente, los sabios, sopesen las opciones de guerra y paz, y hagan un esfuerzo de tratar de ampliar y explorar nuestra comprensión de la paz vinculándola con actitudes y vivencias claves que involucren los nueve elementos arriba mencionados. Ese sería el verdadero Nuevo Acuerdo que necesitamos, no uno remendado.

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