Ganar para perder

Veinticinco años de la Constitución del 91 y 15 del Plan Colombia. Aniversarios de los que quizás sean los dos momentos más importantes de nuestra historia contemporánea.

La Constitución del 91, con todos sus defectos y debilidades, reflejadas, por ejemplo, en la perpetua crisis de la justicia o en la incapacidad de un diseño institucional adecuado para luchar contra la corrupción, supuso un acuerdo nacional para profundizar la democracia republicana y para hacer de la defensa, protección y promoción de los derechos y libertades fundamentales el eje de todo el ordenamiento constitucional. Y consagró la tutela. No es poca cosa.

El Plan Colombia de Andrés Pastrana resolvió lo que no podía solucionarse con cambios constitucionales. A pesar de la nueva constitución y sus virtudes, a pesar de nuestro fetichismo jurídico, de esa creencia ingenua de que la realidad se cambia modificando las normas jurídicas, la simbiosis de narcotráfico y grupos armados violentos nos llevo muy cerca del punto de colapso. Semejante desastre exigía una vigorosa acción militar y social combinada. Al Plan Colombia se sumó la indomable voluntad política de Álvaro Uribe de hacer un esfuerzo nacional y quebrarle el espinazo a los violentos. Entre ambas cosas, se triunfó.

En lo formal, la Constitución del 91 eliminó de tajo cualquier excusa para justificar la violencia “política”. En lo material, el Plan Colombia y la voluntad de derrotar a los violentos fueron la respuesta que los venció. En su aplicación se consiguió la desmovilización de las autodefensas y las Farc y el Eln fueron reducidos a una tercera parte en número y fueron obligados a esconderse cada vez más arriba en los montes y más hondo en las selvas. Cayeron en serie los miembros más prominentes del secretariado. Si no hubiesen buscado y encontrado refugio en los países vecinos…

En contra de los discursos y las especulaciones, ganábamos localmente la guerra contra las drogas. Durante Uribe los narcocultivos bajaron más de un 60 %, de 180 mil hectáreas a 63 mil. Le cedimos a Perú el deshonroso primer lugar en extensión de narcocultivos. Y la producción de coca cayó de 680 toneladas a 290.

Y sin embargo, lo que ganamos con sangre, sudor y lágrimas, lo perdió Santos. Y no por incompetencia. Por algo mucho peor: por vanidad. Por su desesperado esfuerzo de “pasar a la historia”, por no ser “el sucesor de Uribe”, por no aparecer como el continuador de sus políticas. Es el afán del parricida y de ahí su odio: hay que acabar con el progenitor, a quien todo le debe.

Y en esa tarea se empeñó. Y hoy perdemos lo que se había ganado. La Constitución del 91 se volvió un trapo, manoseado y violado una y otra vez, sin que casi nadie se escandalice. Le torcieron el pescuezo para expedir el marco jurídico para la paz. La apuñalaron con la propuesta del “congresito” y de facultades extraordinarias al Presidente para que haga lo que le venga en gana. Al Congreso lo hicieron eunuco. A través de Roy Barreras, promovieron que las Farc tengan representantes en el Congreso nombrados directamente por el Presidente. Modificaron los mecanismos de participación popular para crear el engendro del plebiscito “vinculante” y del umbral ridículo. Y para rematar, acuerdan con las Farc desconocer el derecho nacional y el sistema de administración de justicia creando un tribunal a dedo que definirá el derecho que habrá de aplicar.

En materia de narcotráfico, suspenden las fumigaciones, prohíben la aspersión con glifosato, establecen zonas, como el Catatumbo y las fronteras, donde no se hace erradicación. Y ahí están los resultados. En el 2014, los narcocultivos crecen un 44 % y peor, la producción de coca da un salto a 442 toneladas. Y no nos muestran las cifras del 2015 porque son mucho peores.

Y el gobierno negocia con las Farc como igual y pierde en la mesa todo lo que se había ganado. Negocia como perdedor. Derrotado de antemano por el afán de firmar. Como sea. A cualquier costo.

Sí, con la Constitución del 91 y el Plan Colombia, vencíamos. Hoy, con Santos, no hay nada para celebrar.

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