Gorgona mancillada

Tantos años de esfuerzo para presentar a Gorgona ante el mundo como tranquilo paraíso natural se hacen añicos. Otra vez las Farc y sus mensajes: tan difícil de construir, tan fácil de destruir.
Las nuevas generaciones de colombianos saben que la isla Gorgona es actualmente un Parque Natural Nacional, lugar de promoción turística y ecológica como muestra especialmente atractiva de la diversidad de especies, fauna y flora que ofrece nuestro país.

Para las generaciones más veteranas, la isla tiene además la connotación de haber sido un sitio de reclusión casi mítico, donde se ubicaba la cárcel para presos peligrosos cuyas opciones de fuga eran casi imposibles. El envío de alguien a Gorgona era señal de que había cometido un delito tan afrentoso que únicamente allí se podría mantener, con mares bravíos y tiburones de por medio, a buen recaudo.

Pero desde hace años el Estado ha ejecutado inversiones y programas para posicionar la isla como destino ecoturístico. Hubo contratos de concesión para la operación turística y, según datos de Anato, desde el 2006 han visitado la isla cerca de 7.000 turistas, nacionales y extranjeros, además de los investigadores que encuentran allí terreno fértil para aplicar y perfeccionar sus conocimientos.

La Policía Nacional mantenía allí una estación, al mando de un teniente. La zona marítima está cargo de la Armada Nacional. Y fue allí donde la madrugada del sábado hubo una violenta incursión del frente 26 de las Farc. El teniente John Álvaro Suárez Carvajal fue asesinado, y cuatro agentes de policía que enfrentaron el ataque quedaron heridos.

En el momento de la incursión armada había 26 personas, entre visitantes, guardabosques y turistas, entre ellos dos ciudadanos suizos, de aquellos que con toda la buena fe del mundo creen en el eslogan que promociona que en Colombia “el riesgo es que te quieras quedar”.

A 35 kilómetros de las costas del Departamento del Cauca, jurisdicción del municipio de Guapí, los pescadores y lancheros de la zona saben bien que hay horas donde nadie se puede embarcar con dirección a la isla. Todos ubican las rutas de salida y tráfico de narcóticos, que sin duda las Farc conocen al dedillo y recorren con destreza.

Ya se han advertido los errores en que pudieron haber incurrido las fuerzas de seguridad del Estado. Aunque el director de Carabineros dice que los agentes ya estaban advertidos y que precisamente por eso repelieron el ataque con presteza y evitaron daños mayores, sí sorprende entonces que, estando avisados, no haya habido mayor coordinación con la Armada Nacional, pues allí se llega preferentemente por vía marítima.

Que Gorgona fuera un remanso de ecologistas y paraíso natural no implicaba que hasta allí no llegara la modalidad de presencia criminal con la que las Farc han agredido tantas zonas del territorio nacional y a sus habitantes.

La insistencia de esa guerrilla en hostigar y atacar apunta a forzar un cese el fuego bilateral. Pero la persistencia de métodos violentos para el chantaje armado no puede hacer ceder un solo milímetro al Gobierno ni a las Fuerzas Armadas, cuyas obligaciones constitucionales de proteger a la población no pueden declinarse ni un solo segundo.

El daño a Gorgona es incalculable. Años de esfuerzos para ofrecer al mundo un espacio de pacífico encuentro por la naturaleza quedan anulados por las balas de los fusiles “revolucionarios”. Aquellos que dicen disparar para “hacer un país mejor”, para construir una sociedad más igualitaria y equitativa. Vaya forma de cumplir tan nobles propósitos.

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