La bella y el diablo

María Corina, Ernesto Samper y el diablo serán los protagonistas de hoy. Comenzaré con Machado y no por aquella fórmula de cortesía, de “las damas primero”. No, para nada. Salvando lo de su bien establecida belleza física, a esta valiente venezolana puede aplicarse lo que alguna vez dijera David Ben Gurion de la estupenda Golda Meir: “es el único hombre del gobierno”.

El asedio a que ha sido sometida, el despojo de su diputación y la amenaza de entregarla a los gendarmes, es la usual y malévola maniobra de los autócratas que se sientan sobre bayonetas con el fin de huirle al debate civilizado, o saben de sus limitaciones para asumirlo. Se propusieron asustarla y con ella a la diversa y plural disidencia democrática, cuya mayoría pareciera hoy clara. ¡Pero no hacen sino proyectarlas nacional e internacionalmente!

Con la cháchara del “magnicidio” –¡y dale con la misma lata!– intentaron montar una causa para envolver a María Corina, Salas Romer, Diego Arria y Tarre Briceño. El Padre Tiempo sigue su marcha ¡y nada que aparece el más leve indicio que los inculpe! Pero ahí están: sometidos a una inicua persecución que a quien finalmente daña es a los victimarios y no a las víctimas.

Se indigna el expresidente Ernesto Samper por cierta, más bien melancólica crítica, vertida contra el desempeño de Unasur, organización creada para fines en principio respetables y por lo tanto aceptables. Dadas las vueltas de la fortuna su dirección recayó en esta polémica figura del liberalismo colombiano. Que discrepe, se moleste o polemice es perfectamente plausible, siempre que cuando menos admita que ciertamente Unasur ha estado muy por debajo de lo que en medio de pífanos y atabales proclamaron sus fundadores.

Que yo recuerde, Samper poco se ha solidarizado con la asediada disidencia democrática del continente. Su silencio ha sido notorio cuando se trata de la persecución política librada por Maduro para sacudirse los tormentosos rebullones críticos contra su agujereada gestión, incluso los que se proliferan en su propio partido. Que el presidente Maduro no pueda dormir no significa que Samper tenga que imitarlo.

En su momento Samper se irritó por la tolvanera condenatoria de su gestión presidencial, pero frente a los temas críticos que golpean con ferocidad a la disidencia democrática actúa en forma muy parecida a la de los tres monitos místicos, que no ven, no oyen y sobre todo no hablan, pero reacciona cual virgen ofendida cuando a alguien se le ocurre sobar la piel de Unasur.

Recuerdo haber oído una mención no exenta de cordialidad dirigida por Winston Churchill al diablo, sí, al ángel caído, a quien los judíos cautivos en Babilonia llamaban “el enemigo”: “Si el diablo se pronunciara contra Hitler, creo que encontraría unas palabras amables para dirigírselas desde la Cámara de los Comunes”.

Un típico humorista inglés, se dirá. Pero es más que eso. Es una muestra de la sabiduría política del ex premier británico. Para este brillante líder democrático la política era siempre el factor dirigente tanto en la guerra como en la paz. La derrota del eje nazi-fascista se debió más a la estupenda unidad de los aliados que a la superioridad de sus armas, y esa unidad pudo forjarse con éxito por la tenacidad política de Roosevelt, Churchill, Stalin y –¿por qué no?– De Gaulle. Tenían justificados antagonismos entre sí. Sus modelos más que excluyentes eran enemigos, pero supieron administrar los objetivos. Sin la unión de EEUU, Gran Bretaña y Rusia soviética, corrían el peligro de desaparecer bajo la feroz ofensiva del eje encabezado por Hitler. Se unieron esa vez para que cuando menos Europa y Asia sobrevivieran. De no hacerlo poco quedaría para después.

En Venezuela tuvimos en Gonzalo Barrios un político de estilo similar al de Churchill. Cuando a fines de los 60, se le preguntó si estaría dispuesto a reunirse con el Partido Comunista (el de Pompeyo y Teodoro, por supuesto) y el MIR, entonces dirigido por Moleiro, Pérez Marcano y quien esto escribe, respondió con agudo sentido de humor:

“Para resolver la paz me reuniría hasta con el diablo…siempre que sea un diablo serio”.

Que Churchill dirigiera amabilidades al caudillo infernal y Barrios estuviera dispuesto a reunirse hasta en un círculo dantesco, solo puede explicarse por la suprema importancia del objetivo buscado. Pero es sobre todo un homenaje a la Política –arte y técnica, según la definía el gran Maquiavelo– y a su fundamental influencia en el desarrollo civilizado de la Humanidad. En Venezuela también abundan sus bienintencionados adversarios. Consideran que cualquier reunión con el diablo o la unión política entre pensamientos opositores diferentes es inmoral por naturaleza, aunque sea Mefistófeles quien se encuentre contra las cuerdas y desee hacer concesiones para no perderlo todo, eventualidad que nadie podría garantizar. En fin, de todo hay en la viña del Señor.

Si la Convergencia chilena no construye la unidad en la pluralidad contra Pinochet ¿quién podría calcular el saldo de muertos y torturados en la noble Chile?

Porque los partidos de la Junta Patriótica depusieron diferencias y odios en obsequio al gran objetivo democrático, el 23 de enero es una fiesta patria.

Porque Roosevelt y Churchill se aliaron con el diablo Stalin para derrotar al diablo Hitler –imparable sin semejante alianza– la destrucción humana no fue inmensamente peor.

Y ustedes, admirados líderes del movimiento democrático venezolano, tienen la meta: democracia. Tienen el método: primarias-consensos. Si se les ocurre olvidar que hoy nada es más importante que la unidad, difícilmente aprovecharán el regalo que el traumatizado oficialismo les está ofreciendo.

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