La desobediencia legal

La plata y la democracia son para contarlas.

Que haya un voto más del 50%, en democracia eso se llama la mitad más uno y hace mayoría absoluta o relativa. Si además de la mitad se suman no uno sino 50.000, con mayor razón se conforma una mayoría decisoria, convenida por el contrato social como expresión de la voluntad general.

Lo anterior por si se piensa que la cifra victoriosa es pequeña y que por ello no se ganó del todo, sino en una corta medida. Curioso, ahora parece corta la cantidad que definió el triunfo negativo (vaya antinomia) y no pareció reducido el umbral del que se partió. De todos modos, contra la mayoría numérica, producto del escrutinio electoral, no valen multitudes en las plazas vociferando en sentido contrario a los resultados de una elección. Por eso mismo, alguien les trinó a sus compañeros, diría que en tono amistoso: “¡era votando, fulanos!”. Bueno, usó otra palabra del diccionario de la red.

Azorado por las movilizaciones de opinión en las calles —la verdad, respetables— y sin saber qué hacer ante la decisión popular que él mismo provocó, el presidente está buscando una salida jurídica para subsanar el tropezón inesperado.

Pero no hay salida legal a un pronunciamiento electoral tan nítido y fácil de escrutar, como este del Sí y del No. Se sabía y mucho se dijo que todo se podía venir abajo si ganaba el No y ganó. Que no siendo otro el tema central de su gobierno, el mandatario debería irse; estas y otras truculencias se dijeron y con todas ellas y algunas más trágicas se amenazó al electorado.

Se amenazó y además se engañó a los votantes con la idea subliminal de estar sufragando por la paz, bien bendito que no requería ponderación, cuando lo estaba haciendo por unos acuerdos mal divulgados, envenenados de izquierdismo y retaliaciones de guerra; tanto que hasta al Sumo Pontífice le hicieron exclamar que “le dolía el alma” porque algunos se la jugaban por la guerra mientras el gobernante se arriesgaba por la paz, Santo entre los Santos (el añadido es mío).

Salidas no jurídicas —para el mandatario, reforzado por el Nobel noruego— sí que las hay y variadas. Declararse dictador es una o, sin hacerlo, enviar todo el paquete desechado en las urnas al Congreso para un diligenciamiento tan rápido como escandaloso. “Farc-track” dicen algunos, no yo, que no doy una para el humor, ya lo sé.

O sin declararse dictador, que ese nombre no se lo da el gobernante sino la opinión, concederle a la guerrilla y a su abogado la razón o sinrazón de estar todo en firme, en términos del derecho humanitario e internacional y en consecuencia poner en marcha su implementación, contra el fallo del plebiscito. De esta manera se habrá cumplido algo así como que todo queda aprobado cuando todo está desaprobado.

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