La estrategia de la destrucción y la pobreza

Según autoridades de Putumayo, las Farc han derramado 10.000 galones de petróleo en los últimos 60 días,  que han ido a parar a las fuentes de agua de ese departamento, causando grave daño a las personas de la región y al medio ambiente. Esa misma guerrilla dinamitó la carretera que une a Yolombó con Medellín. Esto para referirnos a dos hechos recientes muy dicientes.

Obligar a  los camiones que transportan crudo a derramar su contenido, igual que la voladura de lo los oleoductos, es un crimen de lesa humanidad que atenta contra las condiciones básicas de vida de las gentes, específicamente, su acceso al agua. Destruir carreteras y volar puentes es emplazar a los habitantes de las zonas afectadas, impidiéndoles que viajen, transporten sus productos y reciban los que necesiten. Aislándolas  de las zonas centrales del país, las Farc pretenden crear zozobra sobre las condiciones de orden público en la zona, para asentar su dominio, y dar a los colombianos  la idea de que están a la ofensiva militar, lo cual, lamentablemente, es cierto, como confirman estadísticas como las llevadas por el Observatorio de Seguridad de la Universidad Sergio Arboleda.

En el caso de los combustibles, las Farc (y el Eln) buscan, también, asestar un fuerte golpe a la economía nacional, cuyos ingresos dependen en buena parte de la exportación del crudo, la cual va en descenso (936.000 barriles, hoy, frente a un 11’000.000 en 2010, según se informa).  El terrorismo aplicado a este renglón de la economía dificulta el cumplimiento de las obligaciones internacionales de exportación, lo que en un mercado competitivo, implica perder clientes estratégicos. Pero también manda la señal de que no hay condiciones de seguridad física para las empresas petroleras, entre ellas Ecopetrol, cuya acción está en picada por esos hechos,  y porque la exploración es casi imposible por el asedio de esos grupos ilegales. La última subasta de bloques para la exploración fue un verdadero fracaso.

Con las acciones denunciadas, se empobrece a las regiones y al país. Pauperizar  a la población es una estrategia para hacer la revolución.  La gente con una economía boyante no se come  el cuento de las bellezas del socialismo. Por eso hay que arruinarla, para que sobre las cenizas de la hacienda  de la nación y de las economías familiares destrozadas, se “construya” la nueva sociedad a la que esos grupos aspiran. No en vano Mao Zedong dijo que no hay construcción sin destrucción. El problema es que esa “nueva” sociedad  no produce igualdad, pero sí destruye la libertad; no crea más riqueza que distribuir, sino menos;  en ella  no hay más transparencia sino más corrupción, como nos enseña el ejemplo de la Cuba de Castro y la Venezuela castrochavista, hoy en el ojo del huracán porque su antiguo jefe de inteligencia y amigo de Chávez, desde siempre, fue detenido en Aruba, acusado por la DEA de narcotráfico, en tanto que miembro principal del Cartel de los Soles (de los generales), las más importante organización del narcotráfico en ese país, coludida, como no, con las Farc.

Pero ¿cómo es esto posible si en 2010 estas habían sido expulsadas de casi todas esas regiones y estaban al borde de su derrota? Hay varias explicaciones, muchas de ellas complementarias. Una, la principal, es que las Fuerzas Armadas y de Policía fueron obligadas, a través de distintos mecanismos, a disminuir el ritmo de sus operaciones militares. Además,  nadie, allí, quiere terminar en la cárcel por cumplir con el deber de combatir a las guerrillas, menos si sabe que esos delincuentes terroristas no pagarán prisión, y por el contrario, serán premiados con territorios y participación en política.

Así las cosas, el futuro de nuestra democracia es cada vez más obscuro: está condenado a destruir su economía y cimentar la pobreza para que la revolución se haga por decreto en la Habana.

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