Las cosas del Eln

El Eln, Ejército de Liberación Nacional, conmemoró cincuenta años de ejercicio criminal con la reunión en una zona boscosa (no se sabe si en Colombia o en Venezuela) de su quinto Congreso, de lo cual se deduce que el Eln solo hace congresos cada diez años en promedio. Una muestra del carácter autoritario y militarista del Coce, Comando Central, que reina y ejecuta durante tan largo espacio los planes y decisiones de cada Congreso. ¿Cuál democracia y participación de las bases pueden esperarse de este modelo de concentración de poder? Esperaban los medios y el gobierno que del quinto Congreso eleno saliera una declaración sensata y clara con relación a la paz, dadas las especulaciones sobre las conversaciones secretas que han venido adelantando las partes hace muchos meses. Sacaron del museo de su historia, unas razones que son muestra de su anacrónico lenguaje, bajo el presupuesto de que ellos siguen empeñados en “lograr transformaciones que den justicia, democracia, equidad y felicidad a los colombianos”. Esta innovación de la felicidad como categoría política es uno de los resultados de la madurez conceptual, después de cincuenta años de dinamitar la república.

El Eln afirma que se alzó en armas porque las vías legales estaban cerradas para las luchas del pueblo hace cinco décadas, y hoy así lo siguen considerando. Y como unos jueces o maestros supremos examinarán la voluntad del gobierno y del Estado. Y si de ese examen concluyen que las armas no son necesarias, “tendríamos la disposición de considerar si dejamos de usarlas”. Este galimatías táctico termina en decirnos que no entregarían las armas, sino que dejarían de usarlas. ¿Dejar de usarlas hasta la próxima guerra? ¿Hasta un nuevo Simacota?

El Eln tiene una oportunidad más de encontrarse con la política y no con la violencia terrorista. Si se mira en el espejo de las Farc, su destino es el de la bruja de Blanca Nieves. Si es audaz y quiere obtener una mirada benevolente del pueblo, al menos de una parte, su agenda debe ser contraria a la fariana. Sacrificar el maximalismo dogmático por la apertura realista y consecuente con el resultado negativo de la lucha armada que no los ha conducido al poder y que hoy los retrata aislados. Reconocer que no son los liberadores y que aceptan vivir en una Colombia con leyes para todos. Que pueden desde la legalidad crear su propia organización política para trabajar por “felicidad” que invocan. Que entregan las armas, se desmovilizan y se reconcilian con sus víctimas bajo las normas transicionales. Una actitud diferente a un programa ficticio de victoria, les abre las puertas del reconocimiento de la opinión pública que no dejará de ser crítica, pero que les mostrará sendas de reconciliación. La rigidez ideológica es la rigidez del cadáver político. No son tiempos de Nupalom (ni un paso atrás, liberación o muerte). Es el momento de la política por encima de lo militar. Naturalmente les queda la esperanza del Sexto Congreso dentro de diez años. Pero todo el Coce estará momificado.

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