Las falacias de la paz

El falso proceso de paz que se está llevando a cabo en La Habana, entre las Farc y el gobierno de Santos, está montado sobre una serie de mentiras que tratan de justificar la impunidad absoluta que se les va a brindar a los terroristas. No en vano se dice, citando a Esquilo, que la primera víctima de la guerra es la verdad.

Una de las mayores mentiras, acaso la fundamental, es que las guerrillas surgen por la pobreza. Si eso fuera cierto, todos los países del mundo tendrían guerrillas y sería imposible aplicar justicia porque cualquier acto de violencia estaría justificado en la pobreza. Claro que algunos van más allá y no consideran a la pobreza, por sí sola, como la causa primordial sino que añaden un elemento afín, que atiza el problema, como es la desigualdad social.

Entonces, el hecho de que haya sectores sociales en mejores condiciones que otros, sería lo que termina por justificar la violencia. Es decir, lo malo no es que haya pobres sino que no todos lo sean. Esa es la lucha de clases que planteó Marx. Sin embargo, en Colombia se apela más al argumento de la pobreza que al de la desigualdad social porque aquí se tiende a negar la injerencia directa del comunismo en el surgimiento y sostenimiento de las guerrillas. La verdad es que  todos estos grupos terroristas tienen su origen en la guerra fría, con apoyo de Moscú y participación directa de Cuba, con el propósito de implantar el comunismo, cosa que nada tiene que ver con la erradicación de la pobreza. No hay sistema económico y político que haya fracasado más en el cometido de erradicar el hambre y la miseria, que el comunismo.

Otra de las mentiras infames que se suelen repetir, para lavarles las manos, ahítas de sangre, a las Farc, es que en Colombia hay una guerra civil. El domingo pasado, un columnista de El Colombiano decía que “media Colombia está en guerra contra la otra media” (El miedo a la paz, Juan José Hoyos, 25/07/2013), lo que es una falacia del tamaño de un estadio. Aquí, ni las guerrillas ni los paramilitares ni los narcotraficantes representan, o han representado, a nadie más que a ellos mismos, constituyendo facciones estadísticamente despreciables.

La narcoguerrilla no es la mitad de los colombianos, como tampoco lo fueron los paramilitares, aunque, valga decirlo, solían despertar cierta simpatía que contrastaba con el odio profundo que sienten los colombianos hacia las guerrillas.  Acaso esa apreciación pudo tener algún sustento a mediados del siglo pasado, en el marco de esa época denominada La Violencia, cuando los unos se denominaban liberales y los otros, conservadores. En esos tiempos la confrontación sí alcanzó visos de guerra civil pero ello quedó conjurado, aunque a muchos no les guste reconocerlo, con el trabajo pacificador del régimen militar de Rojas Pinilla y el Pacto de Benidorm del que surgió el Frente Nacional.

Colombia no es, desde ningún punto de vista, un país balcanizado o a punto de fraccionarse por causas políticas, raciales, étnicas, religiosas o de cualquier otra índole. Ni siquiera la violencia común, que es la principal causa de muerte en nuestro país, y que tiene orígenes culturales, nos convierte en una nación cuyas mitades están en guerra, o sea en un país que está en guerra civil. Esta es una mentira que se dice para favorecer la posición de las Farc en la mesa y que cala en la comunidad internacional.

Y son apenas dos de las mentiras más evidentes. A ellas se les podría sumar el cuento de que el Estado no puede vencer militarmente a las Farc y que en todo el mundo estos conflictos terminan en acuerdos. No es cierto. De hecho, tampoco lo es que la guerrilla no puede vencer al Estado. La realidad es que, en las circunstancias adecuadas, lo puede hacer, bien sea mediante el uso de las armas y la violencia o bien, manipulando, en la mesa, a un gobierno pusilánime que está dispuesto a todo a cambio de una firma en un papel que no vale nada.

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