¡No entierren el metro!

Por su alto costo, aunque también por asuntos técnicos, enterrar el metro será el peor error.

El subterráneo de Bogotá quedó literalmente enterrado por el abrupto salto de su costo, de 7 a 15 billones de pesos, en razón de la mala calidad de los suelos. Eso lo convierte en un juguete demasiado costoso para una familia pobre, es como ponerle jacuzzi a un tugurio o hacerle piscina a una parcela de pancoger. Y eso si no se incurre en sobrecostos, que, según el Banco Mundial, suelen ser hasta del 40 por ciento.

Pero la platica de ese estudio no se perdió; al contrario. Sirvió para concluir categóricamente que no se debe construir un metro subterráneo sino uno elevado, con lo que el costo por kilómetro bajaría de 275 millones de dólares a tan solo 80 (según Peñalosa). Es decir, el costo total bajaría de los 15 billones de pesos (unos 7.500 millones de dólares) a cerca de 4,5 billones de pesos (US$ 2.160 millones), un precio módico que permitiría pensar en una mayor extensión o en una línea adicional.

Por demás, es importante recalcar que entre el funcionamiento de un metro subterráneo y uno elevado no hay diferencias sustantivas; nada hace al primero más eficiente que el segundo. Inclinarse por el más costoso no es más que un capricho. Arguye Petro que el metro elevado desvaloriza el entorno, acaso pensando en esas películas gringas donde un metro corre por un viaducto metálico que se mece estrepitosamente haciendo temblar los edificios vecinos. Nada de eso. El de Medellín se desliza por un viaducto de concreto y apenas se siente, hace menos ruido que un camión.

Otra cosa es que Petro crea que tal desvalorización puede ocasionarse por cuestiones estéticas, puesto que en marzo del 2012 le hicieron un recorrido por el metro paisa y él solo atinó a decir que era “muy feo”. Claro, en su época de revolucionario debió haber conocido esos museos fabulosos que son las estaciones del metro de Moscú y ahora sueña algo similar para la capital.

Por esas cosas absurdas que ocurren tan a menudo en Colombia –como que a un bus eléctrico no le den permiso de circulación por carecer de certificado de gases–, la clase dirigente de Bogotá ha ignorado el know how que se tiene en Medellín sobre temas de movilidad: el único metro que existe en Colombia es un laboratorio que ya tiene más de 30 años de experiencia (19 en funcionamiento) y que ha dado exitosos saltos como los dos metrocables, el Metroplús de gas (la versión local de TransMilenio), la línea de tranvía hacia el centrooriente de la ciudad, que remata en otros dos nuevos metrocables, la extensión de tres kilómetros hacia el sur de la línea A, etc.

Es decir, Medellín –y su área metropolitana– es la única ciudad que está configurando un sistema de transporte multimodal de propiedad pública con excelentes especificaciones y de manera exitosa. Además, con ingeniería nacional y financiación de la ciudad o de la empresa Metro. ¿Por qué la dirigencia de la capital le hace asco a todo ese aprendizaje acumulado?

Con todo ese bagaje, ya va siendo hora de que el Gobierno Nacional –que es el paganini– y el Distrital nombren una comisión de notables de todos los sectores sociales, económicos y políticos que ponga en marcha el proyecto con base en el metro de Medellín, copiando sus aciertos y evitando sus errores, tomando nota de lo bueno y lo malo. Si empiezan ahora habrá metro (y otros sistemas como cables y tranvías) en seis o siete años; de lo contrario, el colapso de Bogotá será absoluto.

Por su alto costo, aunque también por asuntos técnicos, enterrar el metro será el peor error. “Una locura”, como le dijo a Yamid Amat, en EL TIEMPO, el director del Área Metropolitana de Medellín, Carlos Mario Montoya. Será enterrar el proyecto otro medio siglo.

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