No hubo fiesta de paz

Timochenko en una tarima pontificando sobre el socialismo del siglo XXI, alabando a Chávez; como jefe de un grupo que se ha hecho merecedor del título de terrorista, no -como lo sugieren hoy- por motivos políticos, sino por sus hechos. Más de 11 mil niños reclutados, 6.800 mujeres violadas, 17 mil secuestros y un número incontable de asesinatos, tomas de pueblos, voladura de torres de energía, oleoductos, puentes y carreteras. Este hombre es jefe del más poderoso cartel de narcotráfico de la nación que tiene el vergonzoso título de la primera en producción de cocaína del mundo; sobre sus hombros carga la responsabilidad de todo lo acontecido en estos años de dolor; y fue aplaudido.

Por dignidad, por respeto a las víctimas, por vergüenza, quienes nos representan en esa negociación jamás debieron aplaudir a un genocida.

Todo estaba mal. El Presidente de Colombia no debería firmar -en pie de igualdad- con el capo. No debería estrechar la mano ensangrentada por el asesinato de tantos compatriotas. No es cierto que en Colombia hubiera una guerra que permitiera semejante situación de igualdad. Las Farc jamás han representado a nadie más que a sus hombres -muchos a sueldo- y a quienes participan con ellos de los negocios ilegales. Se puede negociar pero no sobre la base de que los peores asesinos terminen con la victoria política de que sus crímenes se disfracen de gesta libertadora, sus negocios ilegales de fuente de recursos para la rebelión y los peores genocidas posen de héroes.

Las calles solitarias y apagadas de Cartagena mostraron que muchos colombianos nos sentimos igual. Después de la firma de los acuerdos a la que asistieron algunos invitados de la comunidad internacional, los burócratas estatales y algunos invitados adicionales; no hubo en Cartagena una sola señal de felicidad o fiesta. Se podría pensar que la reunión excluyente, cerrada por la policía para que nadie se acercara, representa muy bien a un Gobierno que tiene las mismas características: centralista y despótico. Si fuera cierto que Colombia acabó una guerra habría habido gestos de felicidad y entusiasmo. Aparte de la fiesta derrochona y privada que hizo Santos, no hubo nada.

Nadie estaba feliz, bastaba observar el semblante de muchos cartageneros -y no me refiero a mis amigos del No que estuvimos tratando de manifestarnos pese a la persecución de la policía (nosotros estábamos contentos por sentirnos cumpliendo con nuestro deber, felices de decirle No a las Farc). La firma de "la paz" se sentía más como una derrota, como una ciudad tomada, con un mal final.

Llegarán las toneladas de billetes del Estado para alentar las elecciones. Y sospecho que votarán mirando para el otro lado. Esta es la paz del centro, que una vez más desconoce el sentimiento de la provincia colombiana. Esta es la paz de quienes se sienten superiores al pueblo colombiano y por eso lo excluyen de los eventos, de las discusiones y le montan un amañado proceso de refrendación con el que pretenden decir que nos tuvieron en cuenta. Colombianos, todavía hay tiempo para decirle No al centralismo excluyente de Santos y a las hazañas asesinas de las Farc. ¡Votemos No con amor por Colombia!

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