Noticia de tres secuestros

Antes que valorar que el Eln haya liberado a los tres periodistas en su poder, hay que preguntar por estos actos en la antesala de la mesa de diálogo con el Gobierno. ¿Seguirán los secuestros?

Hay que celebrar que ninguno de los colegas secuestrados por el Eln regresara con lesiones; es decir, que hubiesen vuelto sanos y salvos. Lo demás, todo, es absolutamente condenable: que esa guerrilla se los llevara contra su voluntad, que pusiera en peligro sus vidas y que, como lo constataron el país y el mundo, siga secuestrando ciudadanos a los que debe respetar por su condición de civiles desarmados.

El Eln, que por fortuna no prolongó estos secuestros por meses como sí lo ha hecho en casos recientes con contratistas de obras y explotaciones mineras, pareciera empeñado en desmoronar lo poco que hay de optimismo ante la posibilidad de que inicie un proceso de negociación política con el Gobierno Nacional.

Y justo el pedido central del Ejecutivo al grupo guerrillero ha sido que para iniciar de lleno la fase pública y formal de las conversaciones, pues libere a los secuestrados en su poder y suspenda esa práctica, desde todo punto de vista repudiable y violatoria de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario (DIH).

Por eso, como lo planteó a este diario el director de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, es buena noticia que los colegas Salud Hernández-Mora, Diego D’Pablos y Carlos Melo terminaran su cautiverio sin sufrir apremios o malos tratos, pero de otro lado “pretender adelantar conversaciones de paz y al mismo tiempo seguir cometiendo este tipo de crímenes, refleja una gran inconsistencia” del Ejército de Liberación Nacional, Eln.

No tenemos duda de esta tesis: eso es lo que viven las comunidades donde este y otros grupos armados ilegales imponen su ley y privan a los civiles de la libertad de movilidad y de expresión.

Las guerrillas colombianas han carecido de generosidad, grandeza e incluso tacto político e histórico para responder a las señales de paz de la sociedad colombiana y de varios gobiernos. Pareciera que siempre, a las puertas del inicio de una negociación, se interesan en ahondar y agravar sus actos contra la ciudadanía, las comunidades y el mismo medio ambiente.

Así lo protagonizaron las Farc durante los dos primeros años y medio de la negociación: ataques y quema de vehículos de transporte público y de carga, asesinatos y emboscadas contra soldados y policías y derrames de miles de barriles de petróleo. Ahora, esa parece ser la misma tónica del Eln desde que “conmemoró” la muerte del sacerdote Camilo Torres Restrepo con un “paro armado” que, igual que siempre, tuvo efectos dañinos sobre los civiles y sus bienes.

Es tan evidente lo adverso que resultó el secuestro de los periodistas, así fuese por menos de una semana, que el mismo Carlos Arturo Velandia (antes “Felipe Torres”), exjefe del Eln, sostuvo a este diario que la crisis y el congelamiento en el inicio del proceso radica en que el Eln no descarta la posibilidad de secuestrar más.

Aunque el 30 de marzo pasado el Gobierno y el Eln hubiesen firmado el anuncio de la fase pública de los diálogos, la mesa, parece, no se instalará hasta que haya señales claras por parte del grupo guerrillero de que no continuará con una práctica tan abominable.

Celebramos, entonces, que nuestros colegas estén libres y de regreso con sus familias, pero advertimos del nubarrón que está posado sobre el proceso con el Eln. Una sociedad y un Gobierno que no ven señales de humanidad y voluntad de su interlocutor no pueden creer solo en palabras y discursos de paz, sin hechos.

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