¿Otro Caguán?

El presidente Santos tiene un grave dilema: convertir su soñado proceso de paz en una capitulación o levantarse de la mesa para dejarnos como legado de su gestión el triste desastre de otro Caguán.

No me queda la menor duda de que las Farc buscan ansiosamente la paz (una paz, desde luego, a la medida de sus exigencias). Como sea, sus máximos dirigentes no quieren perder la confortable vida que disfrutan en La Habana para volver a los azarosos campamentos en la manigua, con la doble amenaza de los bombardeos y del chikunguña.

Personajes tan ilustres como el fiscal Montealegre y don Sergio Jaramillo están abriéndoles el camino a sus anheladas pretensiones. Solo ven un tropiezo: el 74 por ciento de los colombianos que, según una reciente encuesta, no aprueba la manera como el Gobierno está conduciendo los diálogos.

¿Por qué se muestran tan desconfiados estos compatriotas? ¿Será que tampoco creen en el posconflicto y todas las felices perspectivas que en torno a él nos ofrece el presidente Santos? Valdría la pena despejar este enigma, que tanto pesa sobre nuestro destino. Para ello, examinemos con cuidado las discrepancias que ponen de un lado a la díscola opinión y del otro, al Gobierno y a sus disminuidos seguidores.

Abordemos el tema candente del glifosato. Para el Presidente y su Ministro de Salud, la supresión de las fumigaciones con este químico busca evitar daños a la población. Temen los efectos que menciona un estudio científico realizado por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC). Puro cuento, dicen los opositores. Tal medida solo provendría de un acuerdo con las Farc, que no quieren perder sus cultivos de coca. Por lo demás, dicen ellos, el mismo estudio de la IARC se permite considerar que también el café y el uso de celulares pueden facilitar la aparición del cáncer. ¿Estaría dispuesto, entonces, el presidente Santos a prohibirlos?

Otra discrepancia: los bombardeos. A raíz del siniestro asesinato de once militares en el Cauca, Santos ofreció reanudarlos. Con ello parecía tomar en cuenta la colérica reacción de los colombianos. Pero hasta ahora su anuncio no se ha cumplido. ¿Sería para no entorpecer el amistoso encuentro de ‘Gabino’ y ‘Timochenko’ en La Habana?

Otros pasos muy significativos en busca de la anhelada paz siguen siendo bien saludados por los amigos del Gobierno, pero muy mal vistos por sus opositores. Los primeros ven como algo muy positivo que para facilitar un acuerdo de paz con las Farc el Consejo de Estado haya decidido verlas como insurgentes y no como terroristas. Para ellos, acciones como la toma de la base de Las Delicias son propias del conflicto armado. De su lado, el Fiscal, tan implacable a la hora de presentar cargos contra militares, apoya la exigencia de ‘Timochenko’ y sus muchachos de no pagar un solo día de cárcel. Pero ahora clama en Washington que los delitos de lesa humanidad no queden impunes.

Según él, la justicia transicional puede castigarlos de otra manera. ¿Los pagarán, entonces, deshierbando maticas?

Otros requerimientos de las Farc aceptados y difundidos por Sergio Jaramillo son motivo de controversia. Dos de ellos: el rechazo a la extradición de comandantes guerrilleros y la liberación de ‘Simón Trinidad’ para que pueda participar en la mesa de negociaciones. Si a todo esto le sumamos las zonas de reserva campesina, sin control alguno del Estado, y el cambio de doctrina y funciones de las Fuerzas Armadas, las Farc aceptarían firmar muy a su gusto un acuerdo de paz.

El impasse que surgiría entonces es muy grande. Como lo muestran las encuestas, la gran mayoría de los colombianos rechazarían tal acuerdo en un referendo. Las Farc lo saben. También el Fiscal. Por eso mismo proponen una asamblea constituyente, alternativa que acaba de ser rechazada por el Congreso. Ante este dilema, ¿qué hará el presidente Santos? La disyuntiva que tiene es terrible: convertir su soñado proceso de paz en una capitulación o levantarse de la mesa para dejarnos como legado de su gestión el triste desastre de otro Caguán.

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