Relato libre de un secuestro

Carmenza sigue en manos de la guerrilla que prometió varias veces liberarla. Dieciocho años después, sus familiares siguen esperando.

Eran las siete y media de la noche. El aletear de las garzas anidaba en la sombra de los arbustos arropados por la noche. El canto tardío del alcaraván, probablemente, fue el único presagio antes de la tragedia que, con los tres golpes sobre la madera de la mesa, no pudo ser espantada. La algarabía de los niños y el llanto del ternero extraviado en la puerta del corral fueron ahogados por los ladridos de los perros que anunciaron la presencia de extraños, más allá de los matorrales que bordeaban la cerca viva de los árboles.

Carmenza Suárez de Cruz, con el pelo ensortijado recogido con una moña anudada con el colero desteñido por el sudor, dejando entrever las primeras canas de sus cincuenta y cinco años de edad, como acostumbraba en sus quehaceres domésticos, en la cocina de la finca Guadalajara, ubicada en la vereda Iriqué (Meta). Se dedicaba a pelar las papas, para preparar el sancocho de gallina criolla de la cena que nadie pudo probar esa noche del 24 de julio de 1996.

El viento ingresó por la ventana, espantando el calor del agua evaporada de la olla a punto de hervir. Un grupo de seis milicianos de las Farc, vestidos de civil y armados con armas cortas automáticas, ingresaron con alboroto a la casa, revolcaron muebles, sometieron al esposo, pusieron contra el piso al hijo, a su esposa y a varios sobrinos, a la servidumbre la pusieron boca abajo contra el suelo. Luego, identificaron a Carmenza, pidieron las llaves de la camioneta y, vociferando órdenes y vulgaridades, la subieron al vehículo y se la llevaron por la vía que conduce al municipio de Mesetas, al sur del departamento.

Se supo, esa misma noche, que fue entregada al frente 26 de las Farc, “con el corazón en la boca” y maniatada con la cuerda para amarrar las patas de las vacas durante el ordeño.

Cuando el señor Cruz, esposo de Carmenza, se repuso del susto, aun con el dolor en el cuello por el golpe con la culata de un revolver, ya había pasado un poco más de media hora. Esa noche, la Policía y el Ejército dijeron “que no tenían autorización para salir del casco urbano”.

Al día siguiente, una patrulla de soldados encontraron el “trillo” por donde se la llevaron y la camioneta abandonada. Ocho días después la familia recibe un manuscrito como “prueba de supervivencia” y la advertencia de entregar una suma de dinero para liberarla. A los tres meses entregaron 53 millones y la guerrilla dijo que sería liberada por el comandante ‘Dionisio’, en El Vergel, inspección de Lejanías (el mismo municipio donde secuestraron al gobernador Alan Jara), a las seis de la tarde.

No apareció.

Al año, después de haber tocado puertas y participado en cuanto acto de reclamo para la liberación de los secuestrados, los familiares le entregaron a alias ‘Camilo’, jefe de finanzas del frente 43 de las Farc, la suma de 45 millones, bajo la promesa que entregaría a Carmenza al padre Sivilino Cruz. En esa oportunidad tampoco la entregaron.

Durante el proceso con el presidente Pastrana en La Macarena, Esmeralda, hija de Carmenza, habló con el comandante Samuel Linares que confirmó que Carmenza seguía en manos de la guerrilla y se comprometió a realizar las gestiones para liberarla. Dieciocho años después, sus familiares siguen esperando.

Cuentan que la Fiscalía 12, sin haber resuelto nada, cerró el proceso “por ser un caso muy viejo”.

El esposo de Carmenza enfermó, y en medio del llanto, suplicó que la encontraran para verla antes de morir; pero se marchó de este mundo sin verla.

Hoy Carmenza debe tener 74 años. ¿Enviará la guerrilla las coordenadas para encontrarla? Es un mínimo de humanidad.

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