Sin miedo a nada

María Angélica Correa publica un libro que contiene explosivas revelaciones.

Pocas veces he encontrado una periodista tan intrépida y valerosa. Venezolana, joven y atractiva, galardonada con una mención honorífica en el premio Rey de España, María Angélica Correa es la autora de un libro que ha provocado una verdadera explosión en Venezuela. Se titula A ese muchacho lo van a matar, y es presentado como un crimen de Estado. Regiones apartadas de Colombia recorridas por la periodista y personajes temibles entrevistados por ella ocupan muchas de sus páginas. Es realmente un libro apasionante, que involucra a los dos países.

Conocí a María Angélica cuando estaba escribiéndolo. Una vez terminado, intenté sin suerte ayudarla a conseguir un editor. Las más conocidas editoriales, aunque encontraban el libro del mayor interés, temían publicarlo. Finalmente, tras una agotadora espera de tres años, Miguel Henrique Otero, director de El Nacional, lo sacó a la luz. La primera edición del libro se agotó en pocos días.

La escandalosa historia narrada en él comienza el 18 de noviembre del 2004, cuando, faltando quince minutos para las diez de la noche, la tranquila urbanización Santa Mónica de Caracas fue sacudida por una feroz explosión. Vecinos del sector, al asomarse a sus ventanas, vieron en la calle desierta una camioneta envuelta en llamas. Minutos después, las estaciones de radio del país anunciaban con gran estrépito el asesinato del fiscal Danilo Anderson. Una bomba había sido colocada sigilosamente en su vehículo.

¿Quién lo asesinó? En el sepelio de Anderson, el presidente Chávez no vaciló en llamarlo "Mártir de la revolución". Para confirmar lo dicho por él, el Fiscal General de Venezuela, Isaías Rodríguez, sorprendió a la nación entera con un anuncio inesperado: gracias a un testigo estrella, se había logrado establecer que en tres reuniones efectuadas en Panamá, Miami y Maracaibo enemigos del régimen habían planeado no solo el asesinato de Anderson, sino también el suyo y el del presidente Chávez. Dicho testigo, un supuesto médico siquiatra colombiano llamado Giovanni Vásquez de Armas, decía haber trabajado a la vez con el DAS de Colombia y con el Bloque Norte de las Autodefensas, bajo el mando de Jorge 40. En este complot, según el fiscal Rodríguez, estaban comprometidos miembros del gobierno colombiano, las Auc, elementos de la oposición venezolana y funcionarios del gobierno norteamericano.

Obedeciendo a su insaciable curiosidad de periodista, María Angélica Correa se ocupó de revisar en todos sus detalles las declaraciones de este testigo estrella. Según ellas, las operaciones, que tenían un costo de veinte millones de dólares, debían ser realizadas por instrucciones de Jorge 40 con uso de explosivos muy sofisticados que podían adherirse al chasís de un vehículo y ser activados a control remoto. El propio Vásquez de Armas se habría hecho cargo de comprar los explosivos en Colombia y de hacerlos llegar a Venezuela contando, según él, con la colaboración del director del DAS, Jorge Noguera.

Semejante historia, que parecía inspirada en un thriller policiaco de Hollywood, generó en la periodista toda suerte de dudas. En un primer impulso, decidió llamar desde Caracas al presidente de la Asociación Colombiana de Siquiatría, Hernán Santacruz. Confirmó, como era su sospecha, que allí no aparecía registrado como médico siquiatra el tal Giovanni Vásquez de Armas. Si esta parte de la historia del testigo estrella era mentira, todo lo demás también podría serlo, pensó ella.

Y sin más, decidió viajar a Colombia por su propia cuenta. "Era de noche -escribe en su libro- cuando llegué a una fría Bogotá, con poco dinero, muchas preguntas y solo una cita." No sospechaba los peligros que iba a correr. Por lo pronto, luego de una infinidad de tropiezos, logró hablar con Jorge Noguera. María Angélica le leyó la declaración de Vásquez de Armas sobre sus estrechas relaciones con el DAS. Noguera quedó estupefacto. "No sé quién es ese hombre; no lo conozco, nunca lo he visto, jamás he hablado con él." Con esta declaración, registrada en un video, la periodista regresó a Caracas.

Su libro nos cuenta cómo alcanzó a reunir en Colombia sorprendentes y reveladoras informaciones sobre Vásquez de Armas. Mitómano, como falso médico y siquiatra forense se había presentado en Valledupar, Riohacha y Fundación. También se hacía pasar como agente del FBI, instructor de artes marciales y profesor de lenguas en un colegio de monjas, hasta que fue descubierto. Llevado a Santa Marta, estuvo preso en la cárcel de esa ciudad entre el 22 de agosto y el 18 de diciembre del 2003, lo cual hacía evidente que no había asistido a la supuesta reunión en Panamá señalada por él.

Corriendo toda suerte de riesgos, María Angélica resolvió regresar a Colombia con el propósito de entrevistar a Jorge 40. Atravesando sola peligrosas regiones, controladas unas por la guerrilla y otras por los paramilitares, logró en un recóndito paraje selvático encontrar al temido jefe del Bloque Norte de las Auc. Por ser la primera vez que concedía una entrevista televisada, la condición que él impuso fue la de aparecer con el rostro cubierto por un poncho blanco. Sus respuestas fueron rotundas. No conocía a Vásquez de Armas, nunca había participado en un supuesto complot contra Chávez y nada sabía de las supuestas reuniones en Maracaibo y Panamá. La entrevista, publicada en Caracas por Globovisión, provocó una rabiosa declaración del fiscal Isaías Rodríguez. "Se trata de un montaje. Ese no es Jorge 40, sino un impostor", declaró.

Obstinada y dispuesta a confirmar sus revelaciones, María Angélica decidió regresar a Colombia. Su primer objetivo fue confirmar con pruebas oficiales la detención de Vásquez de Armas en la cárcel de Santa Marta, y el segundo, entrevistar de nuevo a Jorge 40, esta vez con el rostro descubierto. Corriendo de nuevo riesgos, agotadoras esperas y trámites, logró lo que se proponía.

Recién desmovilizado, vestido de civil, Jorge 40 apareció en cámara confirmando la legitimidad de su primera entrevista.
Ante esta nueva declaración, que dejaba por los suelos el testimonio de Vásquez de Armas, el acosado fiscal Isaías Rodríguez apareció con un nuevo testigo estrella: se trataba de Rafael García. Exfuncionario del DAS, fue detenido cuando su exjefe, Jorge Noguera, lo denunció al descubrir que García alteraba y eliminaba prontuarios de narcotraficantes. Condenado a más de veinte años de prisión, García se acogió a la figura de sentencia anticipada para reducir sustancialmente su pena. Se propuso entonces vengarse de Noguera acusándole falsamente de ser paramilitar y, también, de haber participado en el complot que produjo la muerte de Anderson y cuyo máximo objetivo era el asesinato de Chávez.

Dudando de este nuevo testigo, María Angélica intentó verlo en la cárcel La Picota, y aunque García se negó a concederle una entrevista, ella obtuvo valiosas revelaciones de reclusos cercanos a él. Según ellos, García comentaba que tenía grandes cantidades de dinero en Venezuela y que mantenía contactos con la embajada de ese país en Colombia. En efecto, había sido visitado por enviados de la Fiscalía venezolana. El nuevo testigo estrella involucró en el asesinato de Anderson a Jorge Noguera y a otros funcionarios del gobierno colombiano. También declaró que fue testigo del transporte de los explosivos usados en el atentado.

"Con todo ello -escribe María Angélica-, Rafael García repetía el mismo guion de Vásquez, un guion made in Venezuela."
Tiempo después, un canal de televisión colombiano publicó una entrevista con Rafael García y un día antes de que fuera transmitida, el presidente Chávez ofreció una rueda de prensa a medios internacionales donde aseguró que el plan para asesinarlo había sido ordenado por el director del DAS, Jorge Noguera, y no tuvo inconveniente en añadir para implicar al presidente colombiano: "No lo olviden, el DAS depende de Uribe".

El punto culminante de esta larga y laboriosa investigación lo revela la periodista en el capítulo más inesperado y espectacular de su libro. Empeñada en localizar al propio Vásquez de Armas, lo encuentra en un barrio de Maracaibo. Allí, escondido y temiendo por su vida, decide contar la verdad. "Fiscales me dieron un libreto y me dijeron: apréndete esto." Pero lo cierto es que jamás hubo las mencionadas reuniones en Maracaibo, Miami y Panamá, jamás conoció a Jorge 40 y jamás trabajó para el DAS. Dijo también que, a cambio de su falso testimonio, la Fiscalía venezolana le había ofrecido siete millones de dólares, de los cuales solo había recibido quinientos mil. Según él, su viaje a Venezuela le había sido facilitado por mediación del senador Gustavo Petro.

Toda esta confesión quedó registrada en unas cintas de video que las guardó el propio Vásquez, porque María Angélica no tuvo otra opción para lograr la entrevista. Al tener conocimiento de tales cintas, el fiscal Rodríguez se apresuró a orquestar la versión de que a Vásquez de Armas se le había ofrecido dinero en Colombia para rectificar su primer testimonio. Solo un año y medio más tarde, con una increíble astucia, María Angélica logró recuperarlas.

Las páginas finales del libro recogen testimonios alarmantes que comprometen a altos funcionarios del gobierno venezolano en el asesinato de Danilo Anderson. Así, por ejemplo, el exmagistrado Luis Velásquez Alvaray, refugiado en Costa Rica, le aseguró a María Angélica que detrás de este crimen estaría José Vicente Rangel -en ese entonces vicepresidente de la República-, quien estaría dirigiendo una banda de jueces y fiscales corruptos involucrados en actividades de narcotráfico a la cual pertenecerían Anderson y el mismo Fiscal General de la República.

Desde el momento en que concluyó su larga investigación presentándola como un crimen de Estado, María Angélica ha recibido constantes amenazas de muerte. Pero nada la amedrenta. "No tengo miedo, pero estoy alerta", dice ella.

Como concluí en el prólogo de su libro, María Angélica pertenece a la estirpe de los grandes periodistas que, bajo el imperativo de su vocación, todo lo arriesgan. Todo, hasta su vida, para conocer la verdad.

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