Turcos y Kurdos: difíciles de vencer

Corresponde ahora al gobierno de Erdogan avanzar en los gestos y acciones de paz con los kurdos y consolidar  un proceso que no tenga baches ni retrocesos. Erdogan  no anda detrás del Nobel para la Paz, sino detrás de la paz para Turquía en el Kurdistán y en Estambul.

Desde los confines de la historia viene el pueblo kurdo. Hoy repartido, territorialmente, en Turquía, Irak, Irán y Siria, son las montañas del Kurdistán el  centro donde vive la mayoría kurda. Es una cadena montañosa  que les sirve como asiento. Pero los kurdos no tienen estado, a pesar de ser un pueblo con más de treinta millones de habitantes cuyo asentamiento está repartido así: la mitad en Turquía, unos 7 millones en Irak y 2 millones en Siria. Por lo tanto, además de ser kurdos, son nacionales  según el asiento indicado.

Los kurdos tienen un mismo idioma, unas mismas costumbres y una religión: el islam, donde es mayoritaria la corriente suní. Su figura histórica más relevante es Saladino, el sultán que reconquistó a Jerusalén, en épocas de las Cruzadas cristianas. Hicieron parte del imperio Otomano que ante su desaparición, lo kurdos quedaron partidos entre diferentes estados, lo cual los ha llevado a luchar por su reconocimiento, sus derechos políticos y su independencia. En esta lucha han debido enfrentarse con las fuerzas gubernamentales. Un caso grave sucedió cuando el dictador de Irak, Saddam Hussein, en 1988, bombardeó con gas venenoso la ciudad de Halabja causando la muerte a 5.000 personas. Tras la invasión de Estados Unidos a Irak y la muerte de Saddam Hussein, los kurdos iraquíes han obtenido mayor grado de autonomía  y la administración de los recursos petroleros Irak.

Los kurdos en Turquía crearon el PKK, Partido de los Trabajadores de Kurdistán, que lucha por la vía armada sin resultados positivos y con un balance de 40.000 muertos de ambos bandos desde 1984. La captura de Abdulá Ocalam, fundador del partido, lo condujo a purgar cadena perpetua en una prisión situada en una isla del mar de Mármara donde está absolutamente incomunicado, aún de su familia. Pero desde hace un año el gobierno turco de Erdogan inició conversaciones con Ocalam para poner fin a la confrontación. El resultado ha sido el llamamiento del “preso más solo del mundo” a deponer las armas. Miles de kurdos se reunieron en Diyarbakir, capital de Kurdistán turco, para celebrar el alto al fuego. “Vamos a cambiar la lucha armada por la lucha democrática” decía el mensaje de Ocalam. Este fenómeno de la paz es de enorme importancia para Turquía y el mundo, pues simultáneamente, el Presidente Obama, en su viaje a Israel, logró restablecer las relaciones diplomáticas entre este país y Turquía, rotas por  la acción de fuerza del estado de Israel contra embarcaciones provenientes de Turquía que pretendieron romper el cerco sobre la región de Gaza, gobernada por el grupo terrorista Hamás, desde donde disparaban cohetes contra los israelíes.

Abdulá Ocalam es un militante de izquierda formado en la escuela radical del marxismo leninismo quien durante años consideró posible derrotar a los turcos. Por su lado, el gobierno turco es consciente de su papel en el Medio Oriente donde la guerra civil en Siria afecta su frontera, a más de la amenaza de Irán con sus armas nucleares, no obstante los llamados de la ONU. Corresponde ahora al gobierno de Erdogan avanzar en los gestos y acciones de paz con los kurdos y consolidar  un proceso que no tenga baches ni retrocesos. Erdogan  no anda detrás del Nobel para la Paz, sino detrás de la paz para Turquía en el Kurdistán y en Estambul.

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