Un zorro posando de erizo

John Carlin, en una enrevista en El País de España, llena de elogios al presidente Santos al invitarlo a clasificarse en una de las dos categorías de “grandes pensadores” sobre las que escribe Isaiah Berlin en su ensayo El erizo y el zorro.

Berlin toma el fragmento del poeta de la Grecia antigua Archiloco (“El zorro conoce muchas cosas, pero el erizo conoce solo una gran cosa”) para hablar del “abismo” que existe entre dos tipos de mentes.

Las de los zorros, dice Berlin, “relacionan todo a una sola visión central… un principio organizacional único, universal, sobre el cual lo que son y lo que dicen tiene significado”. Y las de los erizos o puercoespines, “aquellos que persiguen muchos fines, usualmente no relacionados e incluso contradictorios, conectados, si algo, por alguna causa psicológica o fisiológica, sin un principio moral o estético”. Platón, Dante, Nietzsche y Hegel son erizos, Shakespeare, Herodoto, Aristóteles y Joyce son zorros.

Berlin no pretende establecer una dicotomía fija, sino unos tipos a partir de los cuales explorar significados y provocar reflexiones. Aquí el intento de seguirle la corriente:

Santos, como buen zorro, huye de quedar en una sola clasificación en la entrevista: “Pero yo a eso respondería: no seamos excluyentes. Uno muchas veces necesita ser zorro para lograr la gran idea y yo me considero en ese grupo de, sí, zorro, táctico, que se adapta para lograr los objetivos. En este caso, la paz”.

Este salto abismal del presidente —el zorro de toda la vida que se quiere volver ahora el erizo de la paz— traiciona a su fisiología, como la llama Berlin. Tal vez por eso se lo ve tan incómodo, tan poco efectivo y tan falso en la postura del Mandela criollo que empezó a existir en septiembre de 2012 cuando los diálogos fueron anunciados.

No es necesario mucho músculo mental para imaginarse una Presidencia orientada a otra agenda totalmente distinta (la equidad, las locomotoras, la lucha contra la pobreza) si las condiciones para una negociación de paz no se hubieran madurado durante su mandato. El hombre que ahora se presenta como un erizo, obsesionado por la paz y solo con la paz, estaba no hace mucho obsesionado con la guerra como ministro de Defensa.

Por eso es tan peligroso ver al presidente enrollado en una bola, como adalid del proceso de paz cueste lo que cueste, mirando hacia fuera con la idea de que está protegido por sus espinas, cuando lo único que lo resguarda es el lustroso peluche del zorro que es. Sobre todo cuando entre los que miran hay tantos lobos.

Que alguien le diga, por favor, que la transmutación de esencias es un proceso esotérico más propio de la alquimia que de la política. En esta etapa, la más difícil, de su última y más grande obsesión, el país necesita al zorro que llegó al poder luego de ser ministro de tres despachos, miembro de dos partidos, liberal-conservador y derecho-izquierdista.

El proceso de paz necesita al político que de ser necesario está listo a pararse de la mesa y embarcarse en la nueva aventura política que seduzca su nariz.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar