Yo no voy a La Habana

Una vieja canción de la Sonora Matancera, guaracha, en la voz del barranquillero Nelson Pinedo, decía: ”Yo me voy pa´La Habana y no me voy más. El amor de Carmela me va a matar”. Hoy se debería cantar al contrario: yo no voy a La Habana y no vuelvo más. El amor por Colombia me va a matar”.

Las víctimas, las ofendidas, familias enteras cargan con el dolor. Mejor decirlo: todo un país, toda la comunidad nacional. Desde la expedición de la Ley de Justicia y Paz de 2005 y luego la Ley sobre restitución de Tierras y Víctimas de  2012, los lesionados y perjudicados, directa o de manera indirecta, por la violencia y el terrorismo de los grupos armados ilegales que toman nombres políticos para su accionar, salieron a las calles y a los estrados judiciales a reclamar derechos y a contar sus verdades. Ahí comenzó a dibujarse el horizonte del posconflicto que durará lo que dure la memoria de la última víctima. Lo otro son museos, documentos, testimonios gráficos, monumentos fríos para las  generaciones venideras que están excluidas del dolor y cubiertas por el olvido, pátina del tiempo que todo lo oculta y lo guarda, y a veces lo destruye.

En La Habana el estado mayor de las Farc juegan de locales y actúan como combatientes o como magistrados, según sea el punto de la agenda. Combatientes si se trata de obtener la exclusión penal por sus actos crueles guerrilleros. Magistrados si es la visita de las víctimas que son miradas con compasión homogeneizadora. Para que las víctimas propias y las de otros actores sufran un proceso de mutilación de sus exigencias de verdad, justicia, reparación y no repetición, aparecen en el ritual de la sugestión hipnótico leninista, los asesores espirituales de la ONU, de la U. Nacional y de la Santa Madre Iglesia. El resultado es que los victimarios presentes son también víctimas cuyo mayor alcance es ir al cielo con ellos, es decir, alcanzar la paz a la colombiana, a lo fariano-santista. Algunos dicen que es un brote “humanitario” del síndrome de Estocolmo. Sería el colmo.

En este escenario no se va a obtener ninguna reparación ni información alguna sobre los desaparecidos ni sus sepulturas. Ese escenario va contra la naturaleza democrática y republicana de Colombia, porque quien debe responder al clamor de las víctimas es el Estado por medio de su Fuerza Pública, sus Jueces y sus Fiscales quienes hagan justicia a las violaciones de la ley. Para eso está creado el Estado de Derecho, no para que se deshaga de las víctimas y las transporte a la arena del circo habanero y sean revictimizadas por quienes niegan su condición de criminales.

Las víctimas de las Farc no pueden convalidar, con su presencia, los presuntos acuerdos de La Habana porque están en condiciones de capitis deminutio, de inferioridad: las Farc juegan en terreno propio, están todavía armadas, tienen el aval del gobierno colombiano para negar, mutar, transferir o ignorar su participación en la violencia brutal que sufrimos.

El Estado Mayor de las Farc, la comandancia ni Rodrigo Londoño, su Comandante, van pedir perdón. Como el perdón no se regalaporque eso sería afianzarle su sentido de que obró correctamente, los ofendidos y lesionados por la crueldad fariana deben guardar sus lágrimas en el cofre del recuerdo y de su dignidad. Como la reconciliación se hace entre víctimas y victimarios y en La Habana no hay lugar a esa distinción, hablar de reconciliación es una utopía. Tampoco hay arrepentimiento, ni confesión de boca, ni propósito de enmienda, ni contrición de corazón, ¿cuál es el papel de las víctimas en el auditorio judicial de los magistrados de las Farc?Utilizarlas para la propaganda política de la mesa bifronte habanera y pagarles con un mojito cubano, su fugaz paseo en una ciudad donde ya no se oye a la Sonora Matancera ni a Nelson Pinedo.

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